miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cartas con uniforme escolar.


Yo aún estoy desorientado sobre algunas cosas que hice en mi corta pero pretérita vida sentimental (aunque si fue o no sentimental, aún está en evaluación). Estoy seguro que algunas las hice con la premura de mi edad y otras pues con una adolescente, quinceañera y larga meditación de cuatro minutos y medio. He confesado mi amor a ciertas jóvenes, las cuales me respondieron con un movimiento craneal de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Para entender mejor, me respondieron con un NO. He escrito cartas amorosas, intuyendo que lo que escribía en ellas iba a ser del agrado femenino, cuando en realidad causaba risas y desmayos de comicidad. He bailado canciones de grupos brasileños, las cuales en sus coreografías incluían indecentes movimientos de caderas y agotadoras agitaciones de brazos. Todo esto lo hice cuando vestía uniforme escolar y cuando aún me peinaba.

Las cartas escritas a enamoradas, resultaban ser el hecho más palpable de una pobre iniciación literaria. Muy digna de película gringa, melosa y melcochona, que en algún momento he visto (para colmo he visto varias y se que las seguiré viendo). Quizás necesitaba desfogar mis sentimientos mediante una hoja y un lapicero azul, no lo sé. Creo que mi comportamiento frente a las situaciones del manoseadísimo corazón, no era para nada estoico. Al contrario, pienso que era susceptible.

Admito que cuando recibía cartas escritas por alguna chica, la cual tenía mi corazón apretujado en su cartuchera de Hello Kitty o metido entre los panes de la lonchera, pues era el ser mas alegre del mundo. Era el príncipe azul del cuento de hadas de una quinceañera que, con gran imaginación me escribía párrafos afectuosos con cinco distintos colores de lapicero. Cada uno con distinto aroma. Confieso que, en cierta ocasión, la mezcla de olores me causo una ligera nausea. Pero estas cosas se iban drenando cuando comenzaba a leer la cartita esta. Mis ojos, aquellos que parecen dos rayas horizontales, se abrían considerablemente para deleitarme con dichas palabras.

Ya leyendo las primeras frases, me daba cuenta que era una envolvente. Te amo porque eres así, te quiero porque eres así, me ayudas mucho y nunca me quiero separar de ti, te extraño cada minuto y no puedo vivir sin ti. Bla, bla, bla y más bla. Con suerte encontraba un solo párrafo de tan empalagosa carta. Parte de mi tradición antes de abrir una de estas, era pedirle a Sarita Colonia que por favor, solo me escriban unas líneas. Pero la posibilidad que la Sarita me conceda mi milagrito, era casi igual a la posibilidad que tiene actualmente el “chorri” Palacios para jugar por el Real Madrid. Usualmente me encontraba con reales evangelios del amor quinceañero. Manuscritos que abarcaban tres o cuatro páginas. Escrito con letras chiquitas, solo entendibles con una lupa o microscopio profesional. Con corazones dibujados con crayones a los lados, cumpliendo una función de marco. Pero estas cosas, a la hora de leerla, se iban al carajo. Me soplaba la hermosa e ingeniosa prosa de mi Dulcinea versión teenager. Abobado, ahuevado, atontado y atarantado, sonreía con brillo en los ojos. La doblaba y la guardaba en el bolsillo de mi camisa.

Como era de esperar, como era ley. Tenía que haber una respuesta. Esa cariñosa declaración de amor juvenil no podía quedarse sin una respuesta. Volteaba mi cuaderno Minerva, Justus o Loro y escribía en la última página. Escribía una envolvente tan o más empalagosa que la de mi amada. Porque si no decía la misma cantidad de veces “te amo” no la quería lo suficiente. Y eso significaba pecado mortal. Quizás me dejaba de dar la mano por un día. O peor aún, su nickname del Messenger en el que decía que me amaba, iba a ser borrado en un dos por tres. No creo que hubiese podido vivir con eso. Es por eso que me esforzaba sacando lo mejor de mi dialecto mocoso y pilluelo. Y escribía el “te amo” con otro tipo de letra. Y bueno, escribía con letra dibujada, aquella que no pongo ni en exámenes.

Yo he mandado varias cartas. Algunas así como las describí, otras peores. Supongo que tenía que seguir con esta corriente literaria, o mejor dicho pertenecía a esta corriente literaria. Es que entre todos los estilos de escritores, creo que este estilo de amores petizos, es digno de ser nominado al premio Nobel de la literatura. Es tan simple y complejo a la vez. Es tan finamente chistoso. Es tan creíble y convincente que, ahora con casi veintiún años, creo que mi saldo y mi paso por esas experiencias, fueron positivos. No me quejo, solo hago parodias sobre los que fue mi vida sentimental pasada. Aunque como dije, si fue o no sentimental, aún está en evaluación.
Mikel Erentxun y sus desgarradoras cartas de amor.
Carta de un mocoso enamorado. Con esa carta, creo que la hace linda.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Post Navideño.


A medida que van pasando los días, las ganas de comer pavo van desapareciendo. Y al decir esto no busco ofender a ningún fanático simpatizante de aquel equipo celeste el cual, hasta hace unas fechas, estuvo en coqueteos con el fantasma del descenso de la primera división del fútbol peruano. Creo que ya el pavo en diciembre, me cansó, me hastió, me empalagó. Ver, en distintos programas de televisión, como corpulentos y rechonchos carniceros navideños tratan de una manera repulsiva a estas aves, pues me quita el hambre.

No se de dónde se adquirió esa costumbre. No se quién le dijo al pavo que iba a estar entre los mas buscados en el último mes del año. Y es que, es igual que muchas costumbres nuestras. Papa Noel (como escribí en el primer post de este blog) es una de esas costumbres foráneas que, cual dogma del consumismo veneramos cada año.

El árbol de navidad, sino me equivoco es un pino. Sí, es tan peruano el pino. Es tan simbólico un palo verde de plástico con hilachas que cumplen la honrosa y eclesiástica función de hojas, que cada vez que lo veo, entro en una profunda meditación sobre que rayos hace un gigantesco tronco verde arborescente dentro de mi casa. Aún no se el rol del “arbolito” de navidad. No entiendo porque los regalos se ponen bajo la planta esta, es tan incomodo agacharse y recoger cada uno de estos.

No entiendo porque los muñecos de nieve. En nuestra Lima , en diciembre, en el jardín exterior de una casa de la avenida Javier Prado, resistiría mas de cuatro horas?. Yo creo, intuyo, pienso, que no. Y al tan manoseado hombrecito de hielo, le ponen una chalina y gorrito, como si tuviera frío el papanatas este. Y el colmo ya es que le dibujan una sonrisa de oreja a oreja, aquella que da ganas de borrarla con un poco de gasolina y un fósforo Inti.

Llega la media noche. Abrazos, saludos, muestras de cariño. Todo simpático. Comer, abrir regalos, comer, tomar champagne, comer, hablar, comer y comer más. Después de tal bacanal de potajes preparados por las manos de alguna persona con amplio espíritu navideño, se degusta el rico y empalagoso chocolate caliente (claro, como estamos en verano un bebida caliente siempre cae bien). Esta mezcla de comidas y distintas cosas para deglutir, me parece peor que tomar racumin. No es mas saludable tomar un infusión digestiva luego de comer tanto?.

No es que me disguste la navidad, no es que le tenga tirria a la noche navideña. Nada de eso. Es simplemente que no entiendo algunas costumbres. Me aburren algunas de esas cosas. Pero estoy a favor de la unión, amor, cariño, amistad, y todas las demás muestras de la tan mal gastada felicidad.

Si bien en mi mesa hay un catálogo de Ripley, en el cual excitan a mi billetera para sacar dinero y seducen a mis manos para firmar el contrato para la tarjeta de la empresa. En la esquina de la fábrica Viniball hay una cola de aproximadamente tres cuadras, todos son padres con sus niños, esperando a que amanezca y les den una pelota de plástico con olor a uva, fresa o manzana.

La navidad tiene dos caras, una decentemente consumista y derrochadora. La otra, pues decentemente humilde y trabajadora. Mis alharacas navideñas son en tono de broma. Mi irrespetuoso sarcasmo se pone color verde y rojo cada diciembre. Mi hipocresía hace gala de su finísimo humor. Mantengo la teoría que si no hubiéramos adquirido costumbres consumistas, la navidad de muchos sería mejor de lo que es ahora.

En fin, si quieren celebrar la navidad, bien. Si simplemente se reúnen con sus seres queridos a departir sobre sentimientos y a agradecerle a la tía las medias plomas que les regaló, también bien. Si quieren dormir, ver alguna película porno, jugar algún juego de guerra, comer ají de gallina u olluquito en vez de pavo, perfecto. Si quieren golpear al gordo sesentón, genial. Cada uno que viva la navidad como pueda, como quiera. Feliz Navidad para los que la celebran. Buenas noches para los que no.
Aqui unos huevos con un espíritu navideño algo distinto.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Dos nuevas amigas.


Como hombre, tengo ciertas obligaciones morales y sociales. Una de ellas es que, cuando voy caminando, debo y tengo que observar la fisonomía de alguna chica que por ahí pulule. Esté con quien esté. Es nuestro deber como personajes basados en nuestros sentimientos hormonales. Es nuestra misión en nuestro poco cuidado ecosistema. Existen ciertas formas de admiración por el cuerpo femenino. Y también distintos gustos. Algunos gustan de voluptuosidades e hinchazones corporales. Otros, pues de algunas languideces y ciertas poses esmirriadas. Si bien yo estoy enamorado, eso no impide que mis ojos cumplan su función. Como dicta aquel moderno dicho popular: Lo justo, es lo justo.

Existen chicas que, tienen sus atributos físicos delanteros algo pequeños. Otras, admirablemente grandes y redondos. Casi nunca (mejor dicho nunca), las mujeres están contentas con su anatomía. Pueden ser unas Barbies patinadoras de Saga Falabella, pero desean la delantera de la muñeca Pattye de polvos azules, aquella que a diferencia de la ex novia de Ken, usa un sujetador algo más prominente.

Pero ahora esto es fácil. Si alguna fémina desea aumentar o disminuir el volumen de sus senos, pues simplemente basta con tener varios cientos de dólares, algún médico recomendado y no tenerle miedo a su fiel amigo: el bisturí. Pero, siendo algo realista. Son pocas las que se disminuyen el tamaño, la mayoría desea aumentarse un par de tallas.

Tengo amigas que se han hecho esta operación. Yo, como observador, crítico, detallista y demás términos para definir que les he visto el escote, he quedado algo pasmado por el cambio. Pero, para eso es no?. O ahora se harán las que no les gusta que las vean?. Me rehúso a pensar que eso es verdad. Viles mentiras.

Hace un año aproximadamente. Estaba en casa de un amigo, y llegó una muchacha de nombre Sofía. Algo bronceada, alta, un escote simpaticón. Las primeras palabras que pronunció apenas vio a mi amigo fueron: Mira a mis nuevas amigas. Y sacó pecho con orgullo, con una sonrisa en la cara y con la mirada algo coquetona. Eran literalmente dos amigas juntas. Atractivas claro, vistosas y del gusto popular. Dignas de una oda a la cirugía estética. Se le veía bien, no eran grotescas. Guardaban cierta armonía con su volumen corporal. Pero, eran perfectamente redondas. Estoy seguro que si tenía un compás cerca, hubiera podido encontrar el centro de la circunferencia. Hubiera podido aplicar todos los teoremas con radio, diámetro, cuerda y etc. Se notaba que eran falsas, pero se notaba también que Sofía con sus dos nuevas amigas, era tres veces más atractiva.

En otra ocasión, estaba viendo televisión. Acicalándome para alguna salida sabatina. Buscando la camisa que me pondría y que pantalón podría reciclar de la ropa sucia. Veía un programa cómico. Y de improviso, salió una chica en diminutas prendas. Delgada, no tan alta, cabello negro. No tengo idea quien era. Pero, no me sorprendería que fuera alguna joven con aspiraciones bataclanescas. La imagen era demasiado fuerte. Tenía literalmente dos balones de básquet en su pecho. Mas que interesarme y cautivarme, me dio risa y cierto desagrado. No había estética alguna en aquella cirugía. El médico quizás sufría de miopía. Es que hay operaciones y operaciones. Es que hay gustos y gustos.

En mi opinión, lo atractivo de una mujer, está en como lleva su físico. Como camina, como sonríe, como habla, como se comporta, como coquetea, etcétera. Puede tener voluptuosidades muy vistosas o modestos atributos sexys. Bien por la belleza natural, me gusta. Bien por la belleza quirúrgica, es apreciable. Bien por aquellas que encontraron en una sala de operaciones a dos nuevas y permanentes amigas.
El siempre peculiar Pedro Suarez Vertiz y los globos del cielo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Julieta y Julieta



Usualmente cuando voy por la calle caminando, suelo fijarme en las personas que forman parte de la escena. Quizás sea una cuestión de miedo a la sorpresa, miedo al asalto. Y en esas ocasiones, he visto caminar a distintos tipos de parejas. Heterosexuales como también homosexuales. La pequeña e insignificante diferencia, es que soy poco o nada despierto para darme cuenta de las parejas de un mismo sexo. Obviamente si veo a dos hombres de la mano, intuiré fehacientemente que son amantes pasionales con algo de dulzura en el esplendor de sus dientes. Pero, si veo a dos mujeres de la mano, no tendría que deducir mediante el teorema de Descartes que, entre ellas dos practican algún jugueteo amatorio en sus ratos mas febriles o en su defecto se han jurado amor eterno.

Las chicas suelen hacer cosas así, caminan de la mano, se abrazan, se dan besos, se dicen te quiero con una facilidad increíble. Y no por eso, son lesbianas. Ahí esta lo difícil, lo complicado. Al menos para mí. Que no tengo aquel ojo de lince de algunos, que con solo mirar deducen y lanzan frases como: “esta es del otro equipo”, “esta es leca”, “patea con los dos pies”.

Las historias entre dos muchachas de un mismo sexo, suelen ser como todas las historias de amor. Algunas difíciles, complicadas y algo dolorosas. Otras, dulces, felices y algo melcochonas. Y también las netamente eróticas, sexuales y ultra pasionales.

Últimamente he tenido la oportunidad de compartir alguna conversación con una veinteañera, quien no tiene reparo alguno en manifestar que le gustan las mujeres, y bastante. Ella, a quien desde ahora llamaré J, en sus cortas dos décadas tuvo enamorados, como también enamoradas. Actualmente se encuentra en una espectacular relación con C. Con quien, si pudiera, se casaría en estos momentos. Conversábamos muy amenamente junto con mi enamorada y nos reíamos de los chistes que hacíamos. Tenemos casi la misma edad, y también casi los mismos pensamientos. Decía cada cinco minutos que extrañaba a su amorcito, decía cada seis minutos que estaba enamoradísima, decía cada siete minutos que la amaba, decía cada ocho minutos que no dejaba de pensar en ella. Nos contaba las celebraciones que propiciaron por su primer mes como enamoradas. Me pareció genial todo eso. Se le notaba con una felicidad, con una tranquilidad que contagiaba. C, quien tiene una mirada simpática y rostro algo risueño, se había involucrado profundamente en los sentimientos de J.

Pasamos de la conversación dulce y sentimental, a la conversación sexual. En la que afirmó, con orgullo y con un estilo de sustentación de tesis, que las mujeres son espectaculares en la cama. Yo, como todo un imprudente, pregunte cómo era. Y el lenguaje tan explicito con el que narró una jornada amorosa entre dos damitas, me resultó bastante interesante. No al punto de excitarme y mucho menos de sentir algún crecimiento peligroso en mis entrepiernas. Por el contrario, me resultó didáctico y amplió mis pocos conocimientos sobre este tema.

Nunca hicimos chistes sobre relaciones heterosexuales, pero sí sobre homosexuales. Aquella risa con la que manifestaba su felicidad, me hizo comprender todo. Aquellas bromas que hacía, me hizo procesar en mi poco usado cerebro, que le interesa una caigua lo que piense la gente. J, vive su historia. En alguna ocasión estuvo enamorada de un hombre, aquella Julieta buscaba a su Romeo. Aquella muchacha, en su balcón, esperaba que algún atrevido jovenzuelo pase y le prometa amor eterno. Aquella muchacha no vio hacia abajo, vio a otro balcón. Hizo caso a sus sentimientos, se enamoró. Aquella Julieta encontró a su Julieta. J y C, me enseñaron. Me mostraron y corroboraron, que dos personas de un mismo sexo, tienen derecho a quererse. Tienen derecho a amarse. Y dan por hecho que Romeo, de poco o nada interesa en sus sentimientos y no ocupa ni siquiera una minúscula parte de sus pensamientos.

Ay Julietas, sigan con su historia por favor.

[AVISO]: Espero no ofender con mi opinión a J ni a C. Y si es así, pido una suerte de disculpas anticipadas.




Fragmentos de The L word con una espectacular canción de Ray Charles.


sábado, 8 de diciembre de 2007

Enamorado y en amor ando.


Tengo enamorada y teniendo en cuenta que, ahora, mi situación psicológica, emocional, cardiaca, hormonal, mental, económica, social, temporal y hasta alimenticia, han cambiado, me veo y no puedo evitar reírme de mi mismo. No es una risa de burla ni cachacienta. Muy por el contrario, es una risa de relajo, de agradecimiento. Si, que mas da, estoy contento.

Se que no soy uno de esos sujetos que anda haciendo cartitas de amor perfumadas y poemas amorosos en lo cuales la mayor parte del texto es “te amo”. Quizá, solo quizá, soy un sentimentalón algo apócrifo. Uno de esos incomprendidos. Uno de esos que suelen ser llamados fríamente tarados. O el endemoniado indiferente y despreocupado “pendejerete”.

Pero, estoy seguro de mi capacidad de hacer las cosas color rosa. Total, no todo es pesimismo y tampoco soy un ente explícito de la frivolidad. Hace poco tiempo que estoy enamorado y me gusta. Me gusta estarlo, me gusta quedarme así.

Sin lugar a dudas, los cambios cuando tienes una pareja sentimental, son más que obvios. Al menos a mí, que suelo ser aquel anticuado y cuadriculado enamorado, me afectan gravemente. Entro en un estado de metamorfosis masculina, la situación de indiferencia y despreocupación se van derechito a la mierda. Son los momentos precisos para poner alguna de esas canciones horrendas de Arjona y hasta memorizar la letra.

Ahora, en alguna reunión o fiesta, bailo mas de tres canciones (incluyendo las cumbiambescas de moda, grotescos reggaetones y las monótonas pachanguitas) y hasta las canto. El saldo del celular me dura menos. Me he aprendido la letra de una canción de los Bee Gees. He visto love actually por vigésimo segunda vez. He dejado de ver un partido de fútbol por ir a su casa. Como chocolates mas seguido. Escribo mas seguido. Doy abrazos mas seguido. Le he encontrado el gusto a caminar acompañado. He probado nuevas golosinas en largas jornadas de consumo domiciliario de piratería cinematográfica. He acariciado a un can, y me he impregnado (involuntariamente claro está) de gran parte de su pelo. He maldecido a ese mismo can. He puesto una foto de los dos en mi display del Messenger. He incluido en mi vocabulario una serie de diminutivos y lo peor de todo es que he usado mas de dos en una frase. Y hasta en alguna ocasión, he planchado alguna camisa.

Sin embargo, estas alharacas son de propiedad exclusiva de quien escribe (Yo). Existen, como las mías, infinidad de formas de cambio y distintos tipos de simbiosis sentimental. Hay quienes se vuelven profundamente cojudos por la chica de sus sueños. Hay mujeres que se convierten en Candy (esa blonda bitch) por algún sujeto que no les da bola. Hay muchachos que no dejan de sonreír cuando están de la mano con sus enamorados. Como también hay chicas que son totalmente felices yendo a un café con sus novias.
Existen personas que van con sus parejas a un concierto de metal, como también existen las que van a ver a Shakira.

Pues, en todos estos casos, siempre hay un ente de cambio. A veces es malo. A veces la influencia que ejerce el ser amado no es nada saludable. Si bien no todo es frivolidad y pesimismo, hay que procurar ver las cosas con algo de realismo. El hecho que alguien este enamorado, implica alguna variación. Las manías y costumbres usuales, pueden disminuir su frecuencia. Y así, una serie de cosas más.

Lo triquiñuelo de este juego, esta en reconocer qué cambios son para bien y cuáles son para mal. Y se hace difícil. Es quizás porque al enamorarnos, adquirimos algún tipo de miopía o astigmatismo. Y somos tan lerdos, que hasta perdemos el tiempo haciendo cosas que en un futuro sabemos que nos vamos a arrepentir. Y peor aún, aceptamos con seguridad que nuestra situación psicológica, emocional, cardiaca, hormonal, mental, económica, social, temporal y hasta alimenticia, han cambiado. Y nos sentimos contentos así y pensamos que tenemos la razón en casi todo lo que respecta a este tema. Eso es enamorarse aunque sea un poquito. He dicho.

LOS BEE GEES Y SUS TAN MELCOCHONAS CANCIONES.

Solitario de dos décadas.


En cierto modo el hecho de vivir solo te favorece. Me dijo con aires triunfales un amigo. Quien siempre se jacta de poder llevar a su dulce hogar, a cualquier incauta fémina que cae en sus redes. Y hacerle conocer la comodidad de su colchón de dos plazas. Yo no sé. El mayor tiempo que he estado totalmente sólo en mi departamento ha sido aproximadamente tres días. En aquella ocasión no pude ir a un viaje familiar ya que me encontraba con males estomacales y con la bien nombrada bicicleta. Por eso, cual canino guardián, me quedé en la casa. Con una vida muy digna de un zapallo. Totalmente horizontal en mi cama y con el control remoto del televisor en mi mano derecha.

Yo, aquel ocioso hijo mayor, me he puesto en el lugar de un soltero empedernido, viviendo solo en un apartamento. Y sinceramente seria un completo desastre. Admito, que para vivir solo se requiere de cierta madurez. La cual yo todavía ansío. Pero estoy seguro, casi al cien por ciento, que en unos años tendré aquella ansiada cualidad y me faltará el dinero, y cuando tenga el dinero me faltará el apartamento y cuando tenga el apartamento, me faltarán las ganas de mudarme. Solo bromeo. No creo que adquiera esas ventajas tan rápido por mas que quiera.

En nuestro querido Perú, no existen muchos compañeros de cuarto. Jóvenes veinteañeros que al igual que serie gringa, compartan un apartamento y también los gastos hogareños. Esto es porque, sin lugar a dudas, nuestra sociedad es distinta y pues, lo que gana un joven en New York con un trabajo part time, es aproximadamente siete veces mas que lo que gana un joven universitario peruano con un trabajo también a medio tiempo.

Por otro lado, existen casos particulares. Tengo amigos que viven solos. Cuando les preguntan por qué. Sus respuestas son distintas. Son todo un buffet criollo de opiniones sobre la soltería peruana. Mantengo conversaciones casi desmedidas y me río de las variadas teorías de la vida de estos pobres angelitos de la base dos.

Algunos, sostienen el pitagórico teorema sobre el hombre y su desorden. Se aferran a aquel pensamiento que el hombre es desordenado por naturaleza y cochino en esencia. Otros, por el contrario, defienden a capa y espada que el hombre, sin tener un mínimo pensamiento misógino, no necesita de una mujer para ser ordenado y mucho menos para que acompañe su estancia. Ellos pueden solos. Casa limpia, platos limpios, colchones limpios, baños oliendo bien, el orden hecho vivienda.

No conozco a alguna amiga que viva sola. No he tenido la oportunidad de conversar con alguna jovenzuela que me diga que viva sola. No se como será eso. Intuyo que las damas limeñas, no están acostumbradas a la vida solitaria. Quizás ellas necesiten de alguien con quien hablar. Alguien con quien compartir sus amores y desamores. No lo sé. Solo estoy tejiendo falsas teorías sobre la vida anárquica de una veinteañera sola en un departamento.

Espero que cuando me toque esta etapa sepa afrontarla. Al menos lave un par de platos a la semana. Colgar un cuadro con un paisaje bucólico en la sala. En navidad decorar tan solo con un árbol de treinta y cuatro centímetros de largo y un nacimiento que se pueda colocar fácilmente sobre una mesa de noche. Poder pagar las cuentas a tiempo. Tener en la refrigeradora algo de comida chatarra. Una lavadora. Una secadora. Una cocina para al menos hervir agua. Y las ganas de siempre ser aquel pobre angelito de dos décadas, comiendo porquerías y riendo de todo aquel que aun vive con su mamá.


EL PERVERSO Y POBRE ANGELITO KEVIN.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Cuento de piano y memorias.


Felipe, un señor de sesenta y ocho años. Pianista profesional. Tocaba en sus años mozos en distintos bares capitalinos. Sabía de todo acerca de los teclados. Hijo de un extraordinario médico de la época y de una hermosa mujer. Estudió algo de medicina en una universidad local, y luego fue llamado a participar en el cuerpo médico del ejército. Suele vestir zapatos negros, pantalones marrones, camisa y chaleco. Es infaltable aquel anillo en su mano izquierda. Ya tiene poco pelo, los ojos saltones pero cansados, las manos arrugadas y las articulaciones crujientes. Vive de sus recuerdos. Y deja que los recuerdos a veces vivan de él.

Quién sabe si algún día hablará. Trabaja limpiando el teatro de la esquina. Y no suele decir muchas palabras. No tiene hijos y a su querida Elena la visita tres veces a la semana en el cementerio de la ciudad. Vive en un cuarto rentado, con tan solo una cama, una cocina y un par de muebles viejos. Dormir sigue siendo su pretexto para soñar. Duerme como niño, a veces le teme a la oscuridad. Es infaltable un vaso tibio de leche antes de dormir. Escribe con lapicero de tinta líquida en un cuaderno cuadriculado. Escucha música de los años cincuenta y guarda con gratitud una foto que pudo tomarse con Chabuca Granda.

Recuerda mientras escucha música. A Elenita. Aquella linda muchacha con quien en algún momento estuvo felizmente casado. Y quien por infortunios, falleció con tan solo veintitrés años. Él, dos años mayor que ella, piensa como estaría ahora su princesa (como el la llamaba). Se la imagina con el pelo totalmente blanco y la piel arrugada por el pasar de los años. Con un vestido de color claro, el pelo con un moño y la sonrisa algo apagada. La siente con él, tocando algún acorde en el piano. La escucha desafinadamente hermosa. Es que sabe que no está. Sabe que no podrá verla mas. Comienza a preparar las flores que le llevará mañana por la mañana.

Cuando cierra sus ojos, ve una imagen de cuando era niño. Su padre regresaba de trabajar. Deja su sombrero a un lado de la mesa, saluda a su esposa con un beso en la frente y le entrega una caja a Felipe. Era un caballito de madera. Aquellos que son cabeza y un palo que cumple la función de cuerpo. Felipe a sus nueve años, deseaba con ansias aquel potro salvaje. Deseaba cabalgar y pasear por todos lados. Agarró el sombrero de su padre, se montó en el caballo y pudo sentirse un vaquero como los de las historias.

Felipe, aquel señor de sesenta y ocho años, ha terminado de limpiar el teatro. Mañana por la noche habrá un concierto de piano. Todo tiene que estar pulcro. El, como siempre es el último en salir. No hay nadie. Sube al escenario y hace lo que sabe hacer. Sus manos algo menos ágiles interpretan románticas melodías. Sus memorias, visualizan sesenta y ocho años de vida.

Felipe, el señor del teatro, fue encontrado en su cuarto un día después del concierto. Con la última página de su cuaderno abierta que decía: Hoy el piano fue de lo mejor. Hoy pude apreciar las hermosas teclas de la vida. Las preciosas armonías de mis recuerdos. Hoy puedo irme hacia Elenita con una canción bajo mis brazos.

Felipe, el pianista profesional. Falleció a los sesenta y ocho años. Y se llevó con él, sesenta y ocho años de insuperables melodiosas memorias.





Imploro ver el video. Imploro escuchar la melodia.

Ele de Loser


Sin lugar a dudas la gente suele etiquetar a todo el mundo. No puedo negar que yo también lo hago, no con frecuencia pero al fin y al cabo lo hago. Son de dominio público frases como “este tipo es un gileraso”, “esta tipa es una zorra” (entiendase por zorra a aquella jovenzuela que ejerce el banqueteo popular y/o posee fama de ofertar cosas mas apetecibles que una big mac) y hasta las antológicas “es un perdedor”, “es un ganador”.

Yo, y solo yo, en mis espectaculares veinte años. He escuchado estas frases una cantidad similar a las veces que he visto a Federico Salazar leer las noticias por las mañanas. Y debo admitir que las que llaman mi burda y pacharaca atención son las referidas a perdedores y ganadores. Quizá es porque no entiendo en que consiste ser un ganador y un perdedor, no capto la majestuosidad del juego que hay que ganar, y pues, tampoco entra en mi traducción social que ocasión derrotista nos hace losers (como dice una blonda amiga mía).

A raíz de esto, mi preocupación por este tema (tan importante en mi formación profesional y humanística) creció de un modo casi alarmante. Me puse a pensar en cuales son los requisitos para pertenecer al club de los ganadores y así mismo, qué se requiere para ser admitido en el marginal, pero selecto, grupo de los perdedores (suena mas chistoso loser, pero en fin). La investigación monográfica me tomó mucho tiempo, cervezas y cigarros con amigos. Gratas conversaciones, contando infinidad de experiencias de años anteriores y sin lugar a dudas quejas sobre problemas con las mujeres.

Es que es así, en el caso de los hombres, si somos ganadores o perdedores queda en función a como va nuestra relación con el sexo opuesto y cada cuanto mantenemos alguna relación horizontal con alguna muchacha amiga nuestra o ni tan amiga a veces. En mi caso, yo no se en que grupo de clasificación humana estaré. Tengo claro que disto de ser un Christian Meier, el zorro con capa y espada, de bigote y bíceps algo inflados. Tampoco el tipo totalmente gentleman y con un bronceado a lo pollo a la brasa, como lo es Luis Miguel. O en todo caso un tipo con pelo entre cano, y una sonrisa prominente como George Clooney.
Muy por el contrario, no me peino, no soy gentleman, ando desaliñado, prefiero leer a escuchar reggaeton, y por sobre todas cosas y lo que es sinónimo de fracaso social, no me se las canciones de moda (me quede en la mesa que mas aplauda).

Creo que por ahí encuentro la respuesta a los continuos desplantes que he recibido por parte de algunas chicas por las cuales he llegado a sentir algo, o en su defecto que simplemente me gustaban. Recuerdo con gratitud y algo de coraje a la vez, una ocasión en la que le dije a una muchacha algunas cosas quizá demasiado sweets o muy dignas de un papanatas, que piensa que por el hecho de haber salido una vez y ni si quiera haberse cogido de las manos, ya puede casarse con ella.

Estábamos en la puerta de su casa, ella parada bajo el marco de la entrada y yo apoyado muy inteligentemente en un poste. Tenía en mis manos una bolsa de galletas pipos, las cuales eran deglutidas a una velocidad poco creíble. Sabía, no se porque, que no me daría bola. Pero yo fiel al castigo, comencé lo que sería el fin de aquella amistad. Mi burocrático discurso de aquel día fue algo así: “ojala no te moleste, pero tengo algo que decirte. Eres muy bonita y estoy empezando a enamorarme de ti. Quieres ser mi enamorada?”. Obviamente la respuesta fue un gélido y rotundo, “no gracias” (ese que se suele decir cuando te invitan algo). Yo estaba con el orgullo metido entre los cordones de mis zapatos. No sabía que hacer. Me di la vuelta y me fui. Caminé media cuadra, llegue a la esquina. Doblé a la derecha. Tomé un taxi. Ya sentado, saqué mi celular y comencé a escribir un mensaje: “hola, sorry por irme así, era broma por siaca”. Ahora que lo pienso, que tal cantidad de sandeces que he hecho, tenía unos tiernos catorce años. Debo ir a la iglesia a confesarme por estas actitudes. Ojala diosito me perdone.

Pero al igual que la selección peruana de fútbol, mis partiditos buenos he tenido. Tenía veinte años recien cumplidos y mi pasión por la música me llevó a un concierto de violines y chelos en algún local miraflorino. Estaba con dos amigos, los cuales cordialmente me pagaron la entrada y me invitaron un vodka tonic. Recuerdo que se encontraron con un grupo de personas, conocidos de ellos. En ese grupo se encontraba una joven de pelo castaño claro y rizado, ojos verdes y mejillas perfectas para peñiscar. Le pregunté si le gustaba como tocaba el violín el tipo del saco negro. Sonrío y me dijo: no toca, intenta tocar. Me reí también. Conversamos, fumamos cigarros, le invite unos tragos. Terminado el espectáculo, me ofrecí a llevarla a su casa en mi espectacular hyundai accent. Accedió, vivía con sus tías en un departamento en san Borja. Nos quedamos hablando en su sala, le comenté que hace poco había terminado una relación. Hablamos y hablamos, nos reímos y nos reímos, nos besamos y nos besamos.
Me dio su correo electrónico, pero me advirtió que no lo suele revisar mucho, y el Messenger no es para ella. Ya luego de una semana aproximadamente, veo que tenía un correo nuevo en mi bandeja de entrada. Era de ella. decia:

Hola Cesar:
Te resultará, apresurado y quizá tonto. Pero he preferido decirte estas cosas por mail. Tienes la capacidad de llamar mi atención muy rapidamente, mantenerme atenta a cualquier cosa q me digas, y hasta hacerme cambiar de opinión sobre la musica de Björk
Espero no t asustes. Es solo sinceridad. No t creas. No quiero una relacion y tu tampoco.
Suerte querido dj
Besos
Sandra


Yo, sinceramente no estaba con ganas de salir con alguien y mucho menos estar en una relación. Y por lo visto ella tampoco. No he vuelto a saber de ella hasta ahora. Confieso que ese fue un partido ganado. Me sentí morbosamente ganador. Pero, aún no se a quien le gané.

Pienso y medito, no me parece que el ser ganador o perdedor dependa de eso. Discrepo con la idea de pensar en si me darán bola o no. Perdida de tiempo. Purita mierda. Me importa un garbanzo si me tildan de ganador o perdedor. Después de todo, he ganado algunos, he perdido otros, no lo se. Vivo, porque vivo, y si me relaciono con alguien no le importa a nadie mas que a mi. Que rayos. Me gusta empatar.
Aca Beck admitiendo lo de loser.

En qué momento llegaron Diciembre y Noel?


Estoy sentado en mi cama viendo un capitulo repetido de CSI Miami, con la lap top sobre mis piernas. Desde ayer con una muela menos. Y fue ayer justamente que, en la sala de espera del centro odontológico, me topé en la puerta con la imagen de un mofletudo abuelo de más de sesenta años, con una barba larga y blanca. Será aquellos que en las elecciones ofrecen su voto al Frepap (de Ezequiel Ataucusi) pensé muy tontamente. Pero cuando me fije que tenia un atuendo rojo con vivos blancos, botas negras y un gorro, el cual podría denominarse un chullo. Me di cuenta que el mes de diciembre, había llegado.


Y es que, no tenemos opción con el tiempo. Si Sabina se pregunta, quién le ha robado el mes de abril. Yo me pregunto, en qué momento llegó el mes de diciembre. En esta semana he puesto la fecha en algunos exámenes y en la parte donde había que ponerla debo haber puesto por inercia los numero que salen en mi reloj (5-12-07). Y como es costumbre de este aplatanado estudiante, ni me percaté que el numerito (haciendo hincapié en el diminutivo) que marca los meses, había sufrido el cambio de una de sus cifras. Intuyo que esto pasa ya que el mes de noviembre, en mi día a día, fue algo complicado. Una serie de inesperadas situaciones que hicieron que pierda conciencia crónica. Prometo solemnemente contarlo en otro post.


Es diciembre, sin temor a equivocarme, el mes con un índice de consumismo súper elevado. Las personas con algo de dinero, con familia y con cierto interés navideño, compran una serie de regalos que a veces, solo a veces, son poco o nada funcionales. Y claro el regalado no tiene derecho al piteo. Otros, con un espíritu papanoelero, decoran sus casas con una cantidad insospechada de luces, árboles, renos, angelitos, nacimientos y claro, el regordete barbudo. Solo falta que a la mascota, al perro de la casa. Le pongan un tomate en la nariz y solo por diciembre lo llamen Rodolfo.


Hace unos días, en la televisión, hubo una exposición de adornos navideños. En la que el invitado de gala, el protagonista, la vedette del espectáculo, era mi querido abuelo Noel. Me reí demasiado. No me había reído así desde que Abelardo Gutierrez (Tongo, estrella de discotecas de larcomar y asia) salió cantando “I have a pituca” en el programa de Bayly. Habían gorditos vestidos de distintos modos, eran todos navideños abuelos. Hasta un Papa Noel reggaetonero. Tenía sobre su atuendo un collar dorado que parecía la cadena de un ancla de barco. En vez de botas negras, zapatillas negras. En vez del chullo, un baseball cap, con las iniciales NY en el medio. Lentes oscuros y claro, toda la mano llena de alhajas y chucherias brillantes. Era Daddy Yankee en Santa Claus remix.


En fin. CSI esta por terminar y Horatio está por dar con el culpable. Yo también quiero encontrar al culpable. A quien asesinó la fantasía petisa de la navidad. A quien hizo de la navidad un negocio redondo. A quien le puso bling bling a Papa Noel. A quien le puso nieve a un arbol de navidad (claro, en lima la nieve abunda). Pero a la vez felicitar y saludar la iniciativa de poner a Papa Noel con poncho. Con chullo, en vez de renos acompañarlo con alpacas. Y en vez de botas, con ojotas. Y a aquellos que, aunque sea minúsculamente, recuerdan el nacimiento de aquel niño que después se convertiría en un tipo flaco y pelucón. Y recordar a mi odontólogo, y de paso saludar a su mamá. Auch.
CANCION: DICIEMBRE


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