miércoles, 27 de mayo de 2009

Cuchillo inocuo



Cuando comencé a escribir, tenía la ilusa idea de cambiar el mundo. Que la gente lea cada uno de mis tontos párrafos y pueda tener en ellos un escape de ficción. Deseaba con ansias que mis textos hagan el bien y no el mal. Cuidar siempre lo que decía sin causar daños colaterales y evitar que alguien se sienta ofendido. Quería darle al mundo literatura, buena o mala, para sonreír y gritar, de alguna manera, que no todo en la vida es porquería.

Y es que era pequeño, joven, inocente, niño, párvulo, medio sonso, un poco nerd, fracasado, bipolar, llorón, enamoradizo, nervioso y torpe. Quería ser jardinero, bombero, médico, policía, superhéroe, veterinario y basurero. Ahora quiero ser escritor. Lo cual, creo, no se aleja mucho de mis características ni de mis pretensiones infantiles. Salvo la idea de la felicidad para todos y el bien para el mundo, en lo cual ya no creo.

No me interesa cambiar el mundo porque, simplemente, no se puede. La raza humana me defrauda cada vez que saca uno que otro imbécil como líder de opinión o presidentes con ideas trasnochadas, medievales y retrogradas. Qué puedo hacer con eso sino tragarme la saliva agria que guardo todos los días y escribir, como digno baboso, todas las noches, para evitar fatigarme pensando en qué demonios debo hacer para transformar el planeta y hacerlo mejor para mi descendencia que, dicho sea de paso, no estoy seguro si tendré.

Duermo en posición fetal, con el ceño fruncido y nunca relajado. Pensando siempre en que debo redactar algún texto, unas líneas miserables, unos párrafos agresivos que sean un puñal al corazón o al ojo de personas que me resultan vomitivas. Escribo para sentir que puedo expresarme, que soy algo o que pretendo serlo, que busco convertirme en otra cosa aparte de llorón. Busco la palabra perfecta para la poesía y construir un poema descarnado, melancólico, lúgubre, sombrío y plomizo. Trato de idear argumentos sobre mi vida porque me gusta destriparme y tengo el vicio, huachafo, de ventilar algunas cosas por placer, gusto o desdicha.

Guardo sentimientos, miedos, pensamientos insensatos, gustos raros, culpas y muchas otras cosas. Todos se juntan cuando escribo y afloran procacidades a fuego abierto. Surgen unas ganas de apuntar dardos venenosos a algunos cuellos vírgenes, lanzarlos con un escupitajo caliente y vaciar en ellos una serie de putrefactas sustancias que hagan recapacitar o simplemente les cause una muerte dolorosa, como la que vivo cada día frente al computador, el teléfono y en la calle.

Necesito de las letras como necesito de comer, del café amargo y tomar pastillas para dormir. Requiero de escribir tonterías para olvidarme del dolor de cabeza que siento todas las semanas y que el Naratriptan ya no me calma. Escribo para frenar sentimientos de culpa que veo todos los días, en mi mejilla, en mis narices, a mi costado, en mis manos.

Entonces concluyo siempre en lo mismo: escribir es inútil. Es como masturbarse. Es un fin egoísta, vanidoso e incluso hedonista. La poesía, estoy seguro, no me llevará a ningún lado y no cambiará a ni un solo ser mas que a mí. Me proporcionará las fuerzas que necesito para dejar lo real por un instante, aburrirme de los seres humanos, sudar versos intensos y soñar, lo cual nunca he hecho. Las narraciones simplemente me mantendrán en estado de coma eterno, para no sentir que pasan los años y yo seguir siendo el mismo llorón, escritor de cuarta, posero de esquina intelectual, florero filológico.
Sí, Carmen: “como todo subdesarrollado, tengo el hábito de escribir”. Y creo que es lo único que se hacer con firmeza y cierta convicción. Al menos es lo que he hecho los últimos años y ha perdurado, bajo mi piel cansada, aguantando cambios, puyas, burlas, palabras soeces, menosprecios y más. Supongo que soy una suerte de cachorro, chibolo avejentado, que vive con las palabras hechas una ensalada en la cabeza. Tengo claro que soy, y puedo ser, un cuchillo inocuo solo cuando no escribo.

Debo devolverme la valentía, las pelotas que tenía antes, para hablar con franqueza y no andar con medias tintas. Debo ponerme los pantalones para construir mejores textos y con mayor dureza, sin importarme quiénes lean mis líneas y quiénes me insulten sin leerlas. Estoy sentenciado a envolver basura entre palabras bonitas y sarcasmo de mal gusto. Estoy destinado a que eso me guste y a querer vivir, comer y gozar con eso. Estoy condenado a escribir; ya no para cambiar el mundo, sino para que el mundo no me cambie a mí.

martes, 19 de mayo de 2009

Yo estaría cerca

"...Me hice peluquero por fatalidad.
De tanto cortar pelo no aprendí a segar las cabezas."
CLD

Tus cabellos cortados en trozos iguales
caían al suelo y parecían cada uno ser una nota musical.
Verte sentada frente al espejo
fue un truco oscuro, mesurado,
para lamer el lunar de tu espalda
y pensar en amor
y amar el amor
celebrar tu presencia
libar algo de tu tuétano
y rogarle a las hormigas
que guarden algunos de tus cabellos para invierno.

Era así siempre:
te veía de espaldas con gusto masoquista
en distintos cuartos oscuros
como lechos de sacrificio pasional
y escapabas de brazos de animales carroñeros
que buscaban deglutir
una pierna
una estomago
algo tuyo.

Fue entonces que te dije
que estaría cerca, con algún tipo de agua
eclesiástica o santa
para bañarte y calmarte
y ver tus dientes grandes
lentos finos
mordiendo una de mis manos
con hambre de ser alguien
con ganas de iluminar este cuerpo
que tú llamabas tuyo.

No pude:
me ganó el deseo
ni por ti ni por otra.
Sino por aquella silla en la que te destrozaban
y hoy, que no estas,
yace vacía
sin vida
sin tus cabellos
sin eso que tú
a veces llamas pasión.
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