Síndrome pre viaje.
Ya con la cuenta pagada y los rostros risueños, pensé que cada uno pasaría a dirigirse a sus autos. No fue así. Tuvimos una conversación fuera del restaurante. Y bueno, el tema a tocar muy rápidamente fue el viaje familiar que realizaré (este jueves por la noche viajo a Estados Unidos). Mi abuela lanza de improviso un comentario: Ya habrán hecho las maletas. Mi cara, estoy seguro, tomó una forma poco común. Hice alguna muequilla como diciendo: ¡Chispas! no he puesto ni mis medias.
No suelo alterarme antes de un viaje. No soy de aquellos que tienden a adquirir un stress antes del viaje. Intento llevar lo que necesitaré y si olvido algo, pues tengo la manía (incorrecta, lo sé) de decir: Por ahí venderán también. Tengo algunos conocidos que si vivieran conmigo o en todo caso si fueran de viaje conmigo, intuyo, se volverían pacientes de Larco Herrera.
Estos exploradores con síndrome pre viaje, revisan una y otra vez las cosas. No puede faltar absolutamente nada. Es como si hubieran sido entrenados en el ejército. Saben como doblar la ropa para ganar espacio. Tienen ingeniosas formas de esconder, con ímpetu claro está, el paquetito inocentón de quince kilogramos que mandan de encargo. Y por supuesto tienen la maleta lista y pesada unos tres días antes de partir.
Parte de este síndrome incluye, cual oferta de pollería popular, las ganas de despedirse de todo el mundo. Quizás es para recibir frases alentadoras y uno que otro buen deseo para tu viaje. No me imagino despidiéndome de mi abuela y que esta me diga: Ojala que la pases mal y que en pleno vuelo vomites tu desayuno. Siempre son buenos deseos a la hora de viajar. Y al menos yo, me siento bien cuando me desean eso.
Mis amigos, aquellos imberbes e inefables seres con los que cantaba el himno nacional los lunes por la mañana en un pabellón de cemento, suelen expresar su afecto con cierto humor negro. “Ojala no vuelvas”. “Quédate poniendo música por alla”. “Acá no tienes futuro con tu música”. Entiendo su manifestación de cariño. Total, regresaré y estoy seguro que seguirán con la onda de mandarme un poquito al carajo. Obviamente es en broma, siempre nos deseamos lo mejor. Así somos incluso cuando nos vamos de viaje.
Debo, por obligación moral y sentimental, incluir en mi paquete de síndrome pre viaje la despedida con la enamorada. Hay quienes hacen líos y sobre pasan el caudal del río amazonas en saladas lágrimas. Los abrazos son casi estranguladores y los besos incontenibles. Escena de despedida de novela mexicana entre Thalia y un bien peinado Arturo Peniche. No me gusta ser protagonista de estas escenas. Pero creo que ahora será inevitable. Me despediré de mi pelicastaña enamorada y la dejaré de ver por tres semanas. Debo confesar que, quizás hasta me quede embobado a la hora de decirle chau. No tengo idea que me pasa. El poco sentimentalismo que tengo sale a flote creo. Y el hecho que estuviéramos tan unidos en todo momento, pienso, lo hace más difícil.
Con síndrome o sin síndrome. Igual me soplaré las seis o siete horas de trayecto. Visitaré a familiares que no veo muy a menudo y con los cuales siempre surgen gratas conversaciones. Tengo la maleta aún totalmente vacía y creo que debo comenzar a hacerla.
[Avisos]
-Mi próximo post será publicado desde gringolandia. Quizás incluya fotos familiares.
-Gracias al chino (Bono, Horzon Uels) y a Luchin Paucar por los saludos y la publicidad del blog en el programa de radio.