miércoles, 23 de enero de 2008

Síndrome pre viaje.


Es media noche y acabo de llegar a mi casa. Anduve deglutiendo algún tipo de comida japonesa por el cumpleaños de mi tía (quien a la vez se jacta de ser mi madrina de bautizo). Mis abuelos paternos, mi padre, mi madre, mis dos hermanas y claro, la agasajada. Todos en una mesa para ocho, en un rincón super simpático y con una privacidad bien de personaje del gobierno. Devoré distintos tipos de maki rolls sin piedad alguna. Y las tres (o cuatro, o cinco, ya no sé) copas de vino blanco que tomé, fueron el acompañamiento perfecto. Como nunca, sentí que había hecho un maridaje decente a la hora de comer. Y también me sorprendió la facilidad casi crónica con la que manejaba los palillos estos de bambú.

Ya con la cuenta pagada y los rostros risueños, pensé que cada uno pasaría a dirigirse a sus autos. No fue así. Tuvimos una conversación fuera del restaurante. Y bueno, el tema a tocar muy rápidamente fue el viaje familiar que realizaré (este jueves por la noche viajo a Estados Unidos). Mi abuela lanza de improviso un comentario: Ya habrán hecho las maletas. Mi cara, estoy seguro, tomó una forma poco común. Hice alguna muequilla como diciendo: ¡Chispas! no he puesto ni mis medias.

No suelo alterarme antes de un viaje. No soy de aquellos que tienden a adquirir un stress antes del viaje. Intento llevar lo que necesitaré y si olvido algo, pues tengo la manía (incorrecta, lo sé) de decir: Por ahí venderán también. Tengo algunos conocidos que si vivieran conmigo o en todo caso si fueran de viaje conmigo, intuyo, se volverían pacientes de Larco Herrera.

Estos exploradores con síndrome pre viaje, revisan una y otra vez las cosas. No puede faltar absolutamente nada. Es como si hubieran sido entrenados en el ejército. Saben como doblar la ropa para ganar espacio. Tienen ingeniosas formas de esconder, con ímpetu claro está, el paquetito inocentón de quince kilogramos que mandan de encargo. Y por supuesto tienen la maleta lista y pesada unos tres días antes de partir.

Parte de este síndrome incluye, cual oferta de pollería popular, las ganas de despedirse de todo el mundo. Quizás es para recibir frases alentadoras y uno que otro buen deseo para tu viaje. No me imagino despidiéndome de mi abuela y que esta me diga: Ojala que la pases mal y que en pleno vuelo vomites tu desayuno. Siempre son buenos deseos a la hora de viajar. Y al menos yo, me siento bien cuando me desean eso.

Mis amigos, aquellos imberbes e inefables seres con los que cantaba el himno nacional los lunes por la mañana en un pabellón de cemento, suelen expresar su afecto con cierto humor negro. “Ojala no vuelvas”. “Quédate poniendo música por alla”. “Acá no tienes futuro con tu música”. Entiendo su manifestación de cariño. Total, regresaré y estoy seguro que seguirán con la onda de mandarme un poquito al carajo. Obviamente es en broma, siempre nos deseamos lo mejor. Así somos incluso cuando nos vamos de viaje.

Debo, por obligación moral y sentimental, incluir en mi paquete de síndrome pre viaje la despedida con la enamorada. Hay quienes hacen líos y sobre pasan el caudal del río amazonas en saladas lágrimas. Los abrazos son casi estranguladores y los besos incontenibles. Escena de despedida de novela mexicana entre Thalia y un bien peinado Arturo Peniche. No me gusta ser protagonista de estas escenas. Pero creo que ahora será inevitable. Me despediré de mi pelicastaña enamorada y la dejaré de ver por tres semanas. Debo confesar que, quizás hasta me quede embobado a la hora de decirle chau. No tengo idea que me pasa. El poco sentimentalismo que tengo sale a flote creo. Y el hecho que estuviéramos tan unidos en todo momento, pienso, lo hace más difícil.

Con síndrome o sin síndrome. Igual me soplaré las seis o siete horas de trayecto. Visitaré a familiares que no veo muy a menudo y con los cuales siempre surgen gratas conversaciones. Tengo la maleta aún totalmente vacía y creo que debo comenzar a hacerla.

[Avisos]
-Mi próximo post será publicado desde gringolandia. Quizás incluya fotos familiares.
-Gracias al chino (Bono, Horzon Uels) y a Luchin Paucar por los saludos y la publicidad del blog en el programa de radio.
Mr. Bean es presa fácil del síndrome pre viaje en el aeropuerto.
Dos viajeros empedernidos.


domingo, 20 de enero de 2008

Poco crédulo.


No estoy seguro de muchas cosas. No creo en muchas cosas que suelen ser casi un dogma para algunos. Soy de los que necesitan de algo tangible y alguna comprobación fehaciente para corroborar una hipótesis. Pero para otras no necesito de algo explícito, me basta con un poco de fe y algo de credulidad humana que, aunque no me crean muchos, aún conservo.

Estos comportamientos me han traído uno que otro ligero problema en ciertas conversaciones. Jamás una gresca de magnitudes cachascanisticas, pero si debates interesantes y muy amenos algunos. Suelo decir las cosas que pienso con un aire algo inapropiado quizás. Siempre incluyo una mesurada dosis de sarcasmo, algo de humor negro y digo las cosas como las tengo en mi mente.

Soy conciente que hay temas de los cuales uno nunca tendrá la verdad definitiva. Religión, política, metafísica, mujeres, ovnis, fútbol, etcétera. Son cuestiones de opiniones ya formadas. Ideologías y creencias que, en una conversación, siempre salen a flote. A veces es bueno tocar esos puntos. Al menos cuando me encuentro con personas que no piensan igual que yo en estos temas, siento que gano un momento de intercambio intelectual. Un megabyte más de información en mi ordenador cerebral.

Este fin de semana en una reunión de parrilla en casa de Pamela, tuve la oportunidad de conversar de temas que generaban algo de polémica y también risas. Me topé con una señorita algo exaltada para exponer ciertas creencias. Y mas exaltada aún para tratar de convencer, inconcientemente creo, a este poco crédulo blogger. Me hablaban de la reencarnación y las pruebas de esta. Particularmente no me convencieron las teorías que decía. Mejor dicho, las hipótesis que tejía en relación a este tema. Le agarró cierto entusiasmo competitivo a su discurso (muy respetable dicho sea de paso) y pues encontró en mí a un poco competitivo contrincante. No suelo sentir ganas de contagiar mis ideas a los demás. No suelo intentar convencer de lo que pienso a los demás. No sería justo para la salubridad intelectual. Y no sería justo para la conversación, para la tertulia, para la agradable cháchara.

Estos temas se ponen más candentes cuando un grupo, conformado por hombres y mujeres, se ponen a debatir. Las mujeres salen a veces con cuchillazos directos al corazón. Esas cosas que no sueltan ni cuando están en días rojos. Pueden hasta insinuar que en situaciones íntimas eres un completo papanatas. Admiten que son complicadas e intentan convencerte que las tienes que aguantar. O sueltan aquellas palabras sabias que dicen: mejor nos entendemos entre mujeres. Y nosotros, los machazos y vikingos, hombrecitos pues también debemos defendernos de alguna manera. Atacamos con situaciones en las que hemos llegado al borde de la desesperación. O recurrimos a lo que es el punto débil de la mayoría de las mujeres: las compras. A veces me trae problemas el decir que la amistad entre hombres y mujeres es una simple y bien montada pantalla. O que no creo que las mujeres tengan cinco días al mes en los cuales puedan amargarse y usar su cambio hormonal como pretexto. Todas son pamplinas. La diferencia de estos temillas con respecto a los del párrafo anterior es que, estas cosas son características particulares de personas de distintos géneros. A veces si hay muchachos y muchachas que se lo toman en serio. Algunos llegan a discutir y hasta maldecir su opción sexual en tono de broma.

Recuerdo que hace unos años, en un paseo de amigos, fui testigo de un debate algo peligroso. Estábamos hablando y bromeando sobre estas cosas. Un amigo, quien por su seguridad me pidió que no mencionara su nombre, saltó de su banca de madera y con un aire a King Kong lanzó una serie de adjetivos a su enamorada (ahora su ex). El grupo completo se quedó totalmente sorprendido. No nos conocíamos todos y pues a él tampoco lo conocían muy bien. Tenía que convencer que las mujeres son las antagonistas de la película. Son las del sexo “devil” (devil = demonio en inglés) como diría Renato Cisneros. A buena cuenta, me pareció mal. Chistoso pero mal. No supo respetar ciertas opiniones. Y peor aún, ciertas características propias de aquella su encantadoramente insoportable enamorada.

¿Qué tiene de malo no creer en ciertas cosas? ¿Acaso es un pecado mortal el tener distintos pensamientos? Me parece detestable cuando me tratan de convencer de algo con argumentos de exalto y con espíritu competitivo. Estoy siempre abierto al dialogo y a las nuevas cosas. El hecho que tenga una idea sobre algunos temas no quiere decir que no las pueda cambiar en un futuro. La peor manera de exponer las ideas y tratar de convencer es siendo un Humala o un Hugo Chavez.

Me encanta conversar. Y tener conversaciones largas me agrada más aún. Suelo decir lo que pienso y suelo decir lo que creo y no creo. No creo en la iglesia católica, no creo en las religiones en general (pero sí en un Dios), no creo en la reencarnación, no creo en la intromisión de seres extraterrestres en nuestro planeta (pero sí creo que existen), no creo en el horóscopo y en los signos del zodiaco, no creo en la política actual, no creo que la selección peruana de fútbol clasifique al mundial (sí Pedro, lo dije), no creo en la veracidad de Laura Bozzo y no creo que Chris Angel sea un extraordinario ser con poderes sobrenaturales (pero si un genial ilusionista).
Siempre expongo mis pensamientos. Me traen problemas a veces, lo sé. Pero algo de tolerancia a algunos no les vendría mal. Siempre digo lo que pienso y creo, pero jamás digo que así es. Pienso que lo que escribo es un desastre, pero no digo que lo es. Pienso que los que lo leen no tienen nada que hacer, pero no digo que así es.
Una historia de un fantasma en Portugal.
Chris Angel, un ilusionista magnífico.

lunes, 14 de enero de 2008

Alguna vez me arrepentí.



Siempre que he propiciado, causado, ocasionado y hasta fabricado alguna situación que me haga sentir un ligero pesar, me miro al espejo y ensayo una cierta pose de arrepentimiento. Como estas cosas las hice involuntariamente, pues la situación de apesadumbrado se complica y se me hace mas difícil que digerir un tacu-tacu a media noche. Es que mi cara de arrepentido es graciosa. Jamás llego al puchero, pero me acerco a una mueca sonsona y casi estúpida. Quizás por eso obtengo el perdón fácilmente. Es como si me dijeran: Bueno, das risa. ¡Que rayos! Te perdono. Pero, en mis avatares de muchachito buena onda, han surgido también los que no creen y no se tragan mi arrepentimiento. No han sido muchas veces, pero si son muy recordadas en mis noches de depresión dominical. A veces siento que debí arrepentirme “un poquito más en serio” en ciertas ocasiones. Y también pienso que hubieron situaciones de las cuales, cual llorón y niño resentido, me arrepentí, y ahora francamente no me arrepiento.

Esas situaciones de ex arrepentido son las que más atormentan. Es que claro, cuando tenía unos años menos, quizás pensaba que todo lo que hacía tendría una futura respuesta del destino. Que lo que me pasaba era una simple, pero no gustosa, consecuencia de mis adolescentes actos. Creo que pensaba que, si algo me hacía sentir mal o apocado, era porque no debí hacer, ni decir, ciertas cosas. Que el ser sincero al cien por ciento no siempre es bueno. Y que ser un mentiroso compulsivo es peor. Entonces, el porque de mis antiguos arrepentimientos, se encuentra (quizás) en antiguos temores que (intuyo) ya vencí.

Hace casi dos años exactamente, confesé mis sentimientos a una risueña jovencita, quien lleva por nombre el mismo que la prehistórica esposa de Pedro Picapiedra. Ahuevado, atontado, qué se yo. Lo hice, qué mas da. El pequeño dato para esto, es que la confianza, entre ella y yo, era (y lo es aún) casi incalculable. Mis amoríos pasajeros, y los duraderos también, eran (y lo son aún) conocidos por ella. Mis defectos e imprudencias eran (y lo son aún) también conocidos por ella. Mis opiniones sobre sus noviecitos eran (y aún las son) conocidas por ella. Entonces César, qué mierda pensabas. Pues no tengo idea. Debo intuir que me sonrió mucho y yo todo un babosito me entretuve viendo lo plateado de su ortodoncia. Y siendo algo emotivo, creo que también me quede algo babosito cuando me rechazó sin piedad alguna. Me puse a escuchar canciones “corta venas”. A ver su foto y a pensar en que algún día en el futuro podré sostenerle la mano y decirle: Hola amor, cómo has estado. Escuchaba canciones de Alejandro Sanz, de Ricardo Arjona y hasta de algunos insipientes músicos melancólicos. Me quitó el habla, me quitó la sonrisa. Yo no quería eso. Simplemente fui sincero. ¿No debí serlo? ¿Acaso era mejor no decir lo que sentía? Me arrepentí por un par de meses. Creo que hasta me confesé en la iglesia y el padre se río en mi cara y me dijo: Hijo, rezad un padre nuestro y aprended a cortejar a una dama. No tenía porque arrepentirme, no tenía porque sentirme culpable y apesadumbrado. Fui sincero y dije lo que sentía. Si no fui correspondido pues me llega a la punta del dedo meñique de mi pie izquierdo. Aprendí que no siempre obtienes lo que quieres y que no siempre la chica que te gusta te va a dar un gigantesco y super dulce: SI. A veces se recibe el “No”. Aquel despiadado y maldito “No”. Entonces, si esta situación me hizo aprender, por qué rayos arrepentirme.

Bueno, mi arrepentimiento solía ser algo trágico. Y no hacía nada para arreglarlo. Creo que en cierto modo me gustaba el hecho de pensar que realizaba acciones las cuales después, involuntariamente, me ocasionarían un momento de reflexión y/o de melancolía. Es que el arrepentirse y luego darse cuenta que no era necesario, es una especie de catarsis de lo antiguo. Un momento de pensamiento. Un rato de meditación.

Al igual que tengo estos ex arrepentimientos, tengo algunas cosas que aun me causan cierto pesar. Estas podrían llamarse de algún modo, mis actuales arrepentimientos. Me arrepiento de haber llorado cuando me contaron la historia de Marco y su búsqueda maternal. Me arrepiento de haber regalado un disco pirata. Me arrepiento de haber dicho que Ronaldo estaba gordo. Me arrepiento de haber borrado los bang bus que tenia en mi computadora. Me arrepiento de haberle dicho a mi abuela que no creo en la iglesia católica. Me arrepiento de haberme comprado unos pantalones talla treinta, pensando que iba entrar en ellos. Me arrepiento de no haber leído los libros del colegio. Me arrepiento de haber dicho que estaba enamorado de Karen Dejo. En fin, es casi broma todo esto, pero algo de cierto tiene.

Las cosas que me ocasionan arrepentimiento son, la mayoría, sin importancia. Es que aprendí ya hace varios años que, decir lo que siento y lo que pienso, no es malo. Por mas que traiga cosas nada favorables. Prefiero arrepentirme de lo que hice, que arrepentirme de lo que no hice. Aprendí también que si me equivoco, es porque cometí un error (que sorpresa). Y si cometo un error, no gano nada arrepintiéndome. Corregirlo puede ser una mejor idea.

Arrepentido o no, mi opinión siempre será la misma. La verdad siempre será mejor. Y no hay que arrepentirse cuando se hizo algo que se sentía. Quizás se acepta el arrepentimiento cuando se afectó a alguien y se dañaron ciertas susceptibilidades. O cuando se miente y esta mentira trae una serie de ideas falsas. O cuando se abre un blog y abiertamente ventilas tu vida personal o parte de ella. ¿Arrepentido? No, que va! No me arrepiento de ser el indecente que soy, pero creo que me arrepentiré del indecente que seré.



Ataque 77. No me arrepiento de poner este video aunque me cueste el corazón.

Ya no me arrepiento de mis lágrimas chiquillas por este video. Es preciso ahora (como dicen algunas amigas) un "buuu :'( "

viernes, 11 de enero de 2008

El telefonito es.


En cierta ocasión Pepita le dijo a Rosita que su primo le había dicho que a su amigo del colegio le habían contado que el vecino de la casa del enamorado de Rosita había visto a un chico entrar al apartamento del enamorado de Rosita y que habían salido abrazados y agarrados de la mano. Qué he dicho?. No tengo idea. Pero, al saber esto, Rosita terminó con su enamorado sin decirle nada. Simplemente le dijo un frío y directo: No quiero verte nunca más. Pensó que era homosexual.

No sé si Yola Polastri se equivocó al decir que: “el telefonito es una necesidad”. Pero me queda claro que su teoría comunicadora es acertada cuando dice: “llamada tras llamada y bla bla bla”. En ese nada confiable bla bla bla es que nacen las más peculiares confusiones. Es que a veces las llamadas no son del todo claras, existe la posibilidad de filtración de señales parásitas que afectan a la señal principal. Me explico: existen distintas versiones de los hechos cuando la verdad pasa de boca en boca y se convierte en chisme. Y esto, usualmente, ocasiona ratos de amargura, enemistades, o hasta saltos de felicidad, todo esto en vano. Me parece que a veces regresamos a la infancia y deseamos jugar al teléfono malogrado inconcientemente.

Últimamente he sido partícipe de dos situaciones de averías telefónicas (teléfono malogrado). En ambas me sentí incomodo mas no dolido. Hace ya varios años que dejé de jugar a esto. Hace ya algún tiempo me di cuenta que, el seguir con el efecto “bola de nieve” que este entretenimiento lúdico causa, no es nada justo ni para mí ni para las personas implicadas. Por eso tomé la santurrona decisión de tragarme lo que me digan sobre otras personas, no contar mis cosas personales a todo el mundo, poner en práctica aquel dicho que dice: “ver para creer”, o siendo algo mediático: “papelito manda” y no guiarme por ningún motivo de habladurías. Hasta ahora mi decisión no me ha traído problemas. Y no los traerá.

La chismografía ya no es una facultad netamente femenina. Ahora, nosotros, los machos y cheleros varoncitos, también chismeamos. No en una tardecita de tomar el té. No en el baby shower de la prima. No con la pericia y astucia de las mujeres, pero lo hacemos. Debo admitir que lo he hecho un par de veces, sin que esto haya tenido consecuencias graves y decepciones personales. Es que algunos no se pueden quedar con la boca cerrada cuando saben algo, o cuando alguien dijo algo sobre alguien. Y la situación empeora cuando un ser con muestras claras de orgullo viril se deja influenciar, manipular, y hasta engatusar por el chismecito inocentón.

Mantengo una opinión clara sobre lo que criollamente se denomina el “teléfono malogrado”. Si le cuentas algo a un amigo o conocido, este puede entenderlo de una manera que quizás es distinta a la tuya. Este amigo se lo podrá contar a otro amigo, el cual lo entenderá de otra manera. Y así se irán suscitando un sin fin de argumentos e hipótesis para el chismorreo. Hasta que llegue a alguien que, con un poco de ira y una pisca de cojuditis aguda, haga caso al chisme sin antes preguntar o indagar con el protagonista de este. No tiene sentido alguno amargarse por ciertas cosas que nunca sucedieron pero que si se escucharon “por ahí”. No tiene sentido alguno actuar con afanes de putear sin saber lo que realmente ocurrió.

Tengo muy claro que en un grupo humano, de amigos, conocidos, colegas, vecinos, o cualquier otro tipo de relación interpersonal, existirán las habladurías y el insoportable teléfono se seguirá malogrando. Qué hacer al respecto?. Simple, no seguir con esto. Preguntar y pensar antes de hablar podría ser una idea algo inteligente. Y si causa algo de fatiga el tan solo hecho de pensar en indagar y averiguar, pues simplemente no creer cosas de las cuales no se está seguro. Como dije algunas líneas arriba, yo ya colgué los chimpunes en esta cancha. Mi recorrido por este campo duró, (como diría Sabina), lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks.

En fin, mujeres y hombres somos igual de chismosos. A todos nos gusta regresar a la infancia y hasta a veces realizar juegos poco maduros. Acepto jugar a la botella borracha y hasta un veinteañero strip poker. Jugar al teléfono malogrado nunca me gustó.

Muestra clara de lo que puede pasar. Este Lucho se pasa!.
La inacabable y carismática Yola Polastri y su bendito telefonito.

lunes, 7 de enero de 2008

Quiero frío en verano.


Mi teoría sobre el verano es un poco sarcástica y amargada (bastante según algunos). Los que tienen el agrado o desdicha de conocerme, pueden dar fe de esto. Al menos para casi todos, mis amigos (as) y conocidos (as), el despojarse de las prendas de todos los días y ponerse una ropa de baño que se compraron en polvos rosados con una rebaja de siete soles en el puesto de la señora que tiene a su hija acomodando las bolsas rosadas marca Roxy, resulta ser un hecho casi religioso en los meses veraniegos.

Las ganas por ir a la playa son, si no me equivoco, un sentimiento que en muchos aparece con un insípido y cegador rayito de sol. Algunas frases de verano, particularmente, me tienen con las pelotas hinchadas. “Vamos a la playita”, “un cevichito y una chelita en la playita”. No se cual es el afán del diminutivo y mucho menos de ensuciar con arena un rico ceviche. Pero qué puedo hacer, es un sentimiento popular y que contagia a todo el mundo. Lástima que a mi, me dejó de contagiar hace varios años.

Estaba manejando por calles de San Borja escuchando un disco compilatorio de deep house. El disco estaba en la canción once, y era la última. Hice algo que no hago en mucho tiempo. Escuchar radioemisoras locales. Una muchacha con voz chillona e insoportable presentaba su programa con sonidos de olas del mar. Manifestaba que, el calorcito y el solcito (otra vez con los diminutivos) estaban riquísimos y que el verano derrocha romanticismo. Yo, fiel a mi estilo, reí a carcajadas y casi ocasiono un triple choque en el cruce de las avenidas aviación y las artes. Esta señorita de la radio, era una especie de Candy playera a la espera de un Anthony con una tabla de surf y algo de arena en el cuerpo. Era la presentadora de una canción que en los meses de verano será la mas bailada y cantada por la afición peruana. Era la encargada de inyectar esas vitaminas y ese toque de felicidad a todos aquellos que estaban parados en la playa, como si fueran catecúmenos esperando un chorro de agua. Para algunos el verano es romántico. Para otros, como yo, de romántico no tiene absolutamente nada.

No le encuentro lo romántico a estar rojo tomate y tener el pre contrato para un futuro cáncer de piel. Detesto caminar en la arena caliente, y me disgusta ensuciarme con arena húmeda. En la calle el calor es infernal. Una oficina sin aire acondicionado creo, debe ser clausurada y hasta inspeccionada por defensa civil. En casa, las ventanas tienen que estar abiertas y los ventiladores a una potencia de helicóptero. Me suelo bañar dos o hasta tres veces al día ya que, oh sorpresa, este aburrido blogger detesta sudar y estar con la ropa casi pegada al cuerpo. Intuyo que algunos estarán diciendo ahora: “pero en el post anterior contaste que pasaste el año nuevo en una playa, y en una playa hay arena y hace su calorcito”. Y es verdad, lo pasé en un balneario del sur. Pero fui a la playa, si no me equivoco, sólo una vez. Estuve la mayor parte del tiempo en la terraza de la casa leyendo, escuchando música y pensando en la pluviometría y las posibilidades que existían de presenciar una lluvia torrencial.

Recapitulemos, ya hice mis alharacas de desacato con las situaciones veraniegas. Pero, lo que me pareció interesante fue la idea del maridaje entre el sol, calor y quizás playa, con el amor, el cariño y de repente alguna relación fortuita de una noche. En repetidas ocasiones he escuchado a mis amigos (sí, nuevamente los menciono), contarme ciertas situaciones de flirteos en verano. A mi, conocer a alguna chica e intentar seducirla en el verano limeño, me resulta muy (pero muy) tedioso. Estos meses no serán la excepción, tengo enamorada (le fascina la playa, pero por ciertos motivos no puede ir) y la idea de conocer a alguien e intentar seducirla, juro que no pasa por mi cabeza y menos en verano.

Se que suelo ser un bicho raro. Suelo ser aquel que no está a la moda y no se sabe las canciones de la radio. Me gustan demasiado los deportes y soy uno de los pocos que cree que Pizarro es fundamental en la selección peruana. Pienso que Abelardo Gutierrez (Tongo, para los amigos) es uno de los mejores marketeros del Perú y el inglés con aquel redondo cantante puede ser fácil y hasta elegante. Y pienso que el invierno es, en esencia, romántico. Sí, lo dije. Para los que creían que nada me parece romántico, acá su decepción. Me gusta el invierno, me gusta el frío. Puedo estar en casa con mi enamorada, viendo películas compradas en la tienda de la esquina y con una manta cubriéndonos los pies descalzos y las piernas entumecidas. Se puede salir a dar una vuelta y no sudar a penas cuando se dan tres pasos. Es un clima propicio para un café a media tarde. Me alegra levantar la cara cuando cae una ligera lluvia. Y sonrío cuando el viento abofetea alguna de mis mejillas.

Pienso que todas estas cosas me agradaron desde que era un párvulo enano. Quizás lo impositivo de mi entorno, hizo que pasara días de playa contra mi voluntad. Llegando al extremo de pensar que la playa es lesiva para mis gandules costumbres. Y el calor es una suerte de apaciguador de mis escasos, pero peculiares, sentimientos románticos.

Vamos a la playa?

Una muestra de lo que es un verano. Algo de sarcasmo y playita ita.

miércoles, 2 de enero de 2008

En esos 365.



Siguiendo la corriente festiva que por estos días invade todas las calles, le dije a mi vecino: Feliz año nuevo. El muy amargado papá pitufo de La Molina, me miró e insinuó un intento de sonrisa. Entendí que mi saludo cordial y añonuevero no tenía, para él, una mínima importancia. Ya había llegado el treinta y uno de diciembre y no tenia un boxer amarillo que ponerme y las uvas del mercado Santa Rosa, eran negras y con pepas. Intuyo que el viejo habitante de la casa contigua, estaba cansado de las uvas y quizás de ponerse calzones amarillentos. Quizás cansado de recordar cada fin de año, lo que pasó durante trescientos sesenta y cinco días. Qué tendrá aquel señor. Pero a mí, me hizo recordar.

El año anterior comenzó para mí, en una playa del sur. Con hielos y licores comprados en el, rubicundo y últimamente cumbiambesco, balneario de Asia. Con mi familia, una familia amiga y Jimena, quien en ese entonces cargaba con el peso social que significa ser mi enamorada. Estábamos en la terraza de la casa, la cual tenía una vista muy simpática, teníamos en las manos copas con champagne y en el equipo de música sonaba un disco de Juan Luis Guerra. Ese fue el inicio del año pasado, año en el que a mí me sucedieron cosas algo extrañas, incluso algunas con moralejas. Cosa que no quiere decir que todo mi entorno fue fabulesco y mucho menos que los protagonistas tuvieron comportamiento e influencia muy digna de un cuento.

Quizás el año que culminó, fue el año de los cambios. O al menos así lo sentí. Mi verano fue algo esclavizado por el trabajo que desempeñaba en la empresa de mi familia. Trabajaba desde las ocho de la mañana hasta la hora en que terminara. Si bien tenía ciertas licencias, también tenía responsabilidades. No puedo negar que la experiencia me sirvió, y bastante. A buenas cuentas, mi verano se centró en la fábrica. Yo, un confeso aburrido y un autodenominado cansado, prefería quedarme los fines de semana viendo televisión en mi cama. Con algo de tomar, y con unos shorts limpios y frescos. Estas y otras cosas personales, hicieron que mi relación con Jimena terminara. Por una decisión mutua y consensuada. A veces resultan así las cosas. Hoy con Jimena somos: grandes, confiables, queridos, entrañables y conversadores, amigos.

Al mismo tiempo en que mi relación terminaba, una nueva carrera comenzaba. Llegué al instituto que albergaría mis más apasionados sentimientos por el sonido. Y el cual me suministraría de los más interesantes conocimientos del mundo del sonido, audio y música (todo esto me sonó a publicidad institucional). Conocí nuevos y buenos amigos. Entendí distintas teorías sobre la vida. Como también distintas formas de tocar el teclado. Fue mi día a día. Risas y cigarros. Momentos serios y de estudio.

Compartí con amigos noches de juergas, de gileos y demás. Ciertos intentos de fiestas en casas que suelen ser tratadas con poca cautela por algunos invitados que, con cierto espíritu jovial y algo de excitación pachanguera, desmesuradamente liban cantidades majestuosas de licor hasta perder conciencia de los actos que realizan. Salidas nocturnas en carros y no sabiendo donde ir a tomar un trago un lunes por la noche. Partidas de poker jugadas con finos frijoles canarios del almuerzo del día siguiente. Almuerzos de distintas facultades de la Universidad de Lima, en los cuales las formas de apañamiento y las sacadas de vuelta eran inacabables (broma). Jornadas alentadoras del prestigioso equipo de fulbito “Jimmy no la ve” y la respectiva antesala con alguna cerveza del kiosco de la esquina. Estas fueron cosas que pasaron durante este año. Todas con el buen y ameno grupo de amigos con quienes, algunos años atrás, compartí aulas escolares y jornadas sabatinas o dominicales de mini olimpiadas.

Y fue así que, en alguna ocasión, comencé a tener conversaciones prolongadas con una simpática y alta joven. La cuál me atraía mediante su pericia a la hora del baile y su sonrisa de propaganda de ortodoncia. Pamela, me tomó por sorpresa. Ella, la chica que siempre veía en las reuniones de amigos, la que tenía siempre algo que comentarme y yo siempre algo que refutarle. Me enamoró. Y lo hizo, estoy seguro, sin darse cuenta. Después de cerca de nueve meses sin enamorada (tiempo corto o no, no lo se), me encaminé en una relación poco creíble por algunos y aplaudida por otros. Aquella relación que comenzó un martes de octubre, pasó de risas y amenas conversaciones, a una visita diaria en la unidad de cuidados intensivos de dos clínicas locales. Todo esto desde un viernes de noviembre. Aquella situación, aquel pequeño derrame, aquel aneurisma, la operación, los cuidados post operatorios, las conversaciones en la habitación de la clínica, las sonrisas que, aun teniendo dolor, mostraba. Hicieron que nuestra relación se fortalezca en magnitudes titánicas.

Estas cosas me vinieron a la mente. Es solo un somero recuento de ciertas particularidades de los anteriores trescientos sesenta y cinco días. Fueron, sin lugar a dudas, las cosas que resaltaron en todo este tiempo pasado. Este año comenzó con un fuerte abrazo a Pamela. Con un beso y deseándonos lo mejor para este dos mil ocho. Degustando carnes, a la parrilla, a termino medio y con ensaladas. Conversando, riendo y derrochando sarcasmo juerguero. Qué vendrá, no tengo idea. Espero que tenga cosas similares al dos mil siete, y cosas diferentes también. Total es un año bisiesto, serán veinticuatro horas mas que el año anterior, por ahí ya comienza algo distinto.

Se que es algo tardío, pero mas vale tarde que nunca. Feliz año para todos los incautos lectores que caen en la poca astucia de los escritos de este agradecido blogger.

[AVISOS]
-Muchas gracias a los que me animaron a abrir el blog, a los que pasan el link del blog, a los que comentan en algunos posts.
-Se que no he llamado a ningún amigo y no he mandado esos mails deseando lo mejor para el 2008, mi saludo va por estas líneas. Feliz año nuevo.
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