lunes, 22 de diciembre de 2008

La mudanza y los libros.


Cuando bajé a la cocina de la nueva casa, Pablo parecía no saber si ayudarme o reírse. Yo cargaba una caja llena de objetos que serían colocados en la repisa y mi rostro, brazos y piernas, reflejaban un cansancio propio de aquel que no carga ni su ropa para lavar. Se acercó, me dijo que se la diera y la tomó con cuidado. Mis manos estaban rojas, marcadas y un poco sucias.

-¿Dónde lo pongo? –me dijo.
-Arriba de la refri, en la puerta de la izquierda –le respondí.

Subió a un banco de madera, levantó sus brazos y, con ellos, la caja parecía que no pesaba nada o que estuviera vacía. Sentí que mi fuerza era insignificante a comparación de la de él. Cerró la puerta, bajó y, cuando sus pies tocaron el suelo, rió en un tono muy amigable.

-Eso es porque no haces ejercicios pues –dijo Pablo aún riéndose.
-Es verdad –dije casi sin aliento, mientras me pasaba el brazo por la frente.
-Pucha que cuando yo estaba en el servicio militar tenía una fuerzasa que ni te imaginas ah.
-Me imagino, me imagino –le respondí.
-Nos despertaban tempranaso, nos bañábamos con agua heladita, nos cambiábamos y a formar para comenzar el día –me dijo.
-Eso debe ser demasiado agotador. Por ejemplo, creo que yo aguantaría uno o dos días –dije con un poco más de aliento.
-Un día nomás creo ah –exclamó riéndose.
-Sí, tienes razón –asentí con una ligera frustración.

Me siguió ayudando a bajar unas cosas más. Me ayudó a ordenarlas y a limpiarlas también. Él cargaba dos o tres cajas a la vez; yo solo una. Él bajaba con agilidad y subía con rapidez; yo parecía un perro famélico y arrastraba los pies.

Se dirigió al comedor para armar la mesa y yo me quedé sentado en la cocina. Recordé que hacía mucho que no hablaba con él. Que lo conocí hace más de quince años, cuando él era vigilante de la empresa de mi familia y yo me acercaba a la caseta para fastidiar y juguetear con lo que por ahí había. Luego pasó a ser operario de una de las máquinas y por los años trabajando se ganó la confianza en ciertos aspectos. Se retiró del trabajo y volvió. Su carácter hizo que se ganara el apelativo de ‘loco’. Giraba siempre la cabeza a ambos lados cuando caminaba; era como si estuviera estudiando el terreno. A veces respondía cosas sin sentido y su mirada se tornaba misteriosa. Por eso creo que dejamos de hablar. Solo nos saludábamos diciéndonos nuestros nombres y nada más.

Dejé de recordar, me levanté de la silla y fui al comedor. Lo vi armando la mesa de madera. Ya no era el vigilante veinteañero que conocí; sino un señor cuarentón, casado y con tres hijos que me ayudaba con la mudanza y a instalarnos en la nueva casa. Sus brazos cogían la mesa con tal ahínco que la misma parecía ser su tesoro más preciado.

Pablo llamó al pintor, quien se encontraba en el tercer piso de la casa. Le pidió ayuda a él para cargar un mueble del comedor. Juan bajó corriendo y también dispuesto a ayudar. Entre cuatro brazos fuertes pudieron armar un imponente aparador de madera. Yo veía que lo hicieran con cuidado y me limitaba a pasar clavos, tuercas y tornillos; nada más.

-Ya estamos terminando –dijo Pablo.
-Sí, ya veo –dije mientras revisaba las puertas.
-Es grandaso ah –dijo Juan sonriendo.
-Lo sé. Por eso Pablo te ha llamado a ti pues; conmigo esto se hubiera caído –le dije en tono de broma.
-Ya te he dicho que es por la falta de ejercicios –dijo Pablo mientras ponía un clavo-. Puedes hacer planchas, barras, abdominales o salir a correr pues.
-Voy a comenzar a partir de mañana –dije sabiendo que no lo haría-. Me olvidaba; cuando terminen me avisan para ir al patio. Hay unas cositas que se las pueden llevar. Hay juguetes, ropa, cosas de la casa y otras más. No se olviden ah, me avisan.
-Gracias –me dijeron ambos.

Fui a mi cuarto pensando en que otras cosas podría darles. No se me ocurría nada. En mis cajas solo tenía ropa, discos, libretas y libros. Regresé para ver si ya habían terminado. Los vi moviendo los muebles de la sala para que estos se vieran ordenados. Los vidrios de las mesas los habían limpiado y el piso estaba muy bien barrido.

-Ya está todo –dijo Pablo.
-Está bien, está bien –les dije-. Vamos al patio para que vean algunas cosas pues.

El patio trasero estaba lleno de cosas que ya no usaríamos. Algunas estaban en muy buen estado y otras aceptablemente bien. Todas estaban cubiertas por un gran plástico transparente. Parecía un tesoro por descubrir, una mina a la que tenían que entrar excavando por todos lados. Destapamos los objetos y un poco de polvo cayó en nuestros rostros.

-Hay que repartirnos las cosas pues –dijo Pablo.
-Claro, esa es la idea –les dije.
-Gracias joven –dijo Juan.

Ambos se sentaron en el suelo y comenzaron a ver las cosas una por una. Pablo elegía juguetes como para niños de más de diez años. Juan elegía algunos para sus sobrinos. Juegos de mesa, balones de fútbol, carritos, rompecabezas, muñecos y muñecas. Cojines, toallas, casacas, polos, gorros, correas y demás. Hicieron un par de bolsas en las que guardaron lo que cada uno se llevaría. Estas parecían reventar por todo lo que tenían dentro.

-Este Juan se va llevar todo y ya no va comprar nada para navidad –dijo Pablo riendo.
-Sí, ya veo –le dije.
-Es para mis sobrinos joven –me dijo Juan.
-Está bien, está muy bien –dije mientras esbozaba una sonrisa-. Todo lo que está ahí pueden llevárselo.

Cuando terminaron, cada uno volvió a lo suyo. Juan a pintar y Pablo, como ya no tenía que ayudarme en más cosas, decidió irse a su casa. Lo acompañé a las escaleras y me senté para descansar unos segundos.

-Ya no doy más –exclamé.
-Es que no estás acostumbrado a estos esfuerzos pues –me dijo.
-Sí, me he vuelto demasiado flojo.
-No es flojera, es que no necesitas hacerlo pues –me dijo riendo.
-Bueno, también pero…
-Y no has hecho servicio militar.
-No, tampoco pero…
-Y no lavas tu ropa, no limpias tu cuarto, no cocinas –y siguió riéndose.
-Me quedo leyendo muchas horas –le dije-. Quizás por eso dejo de hacer muchas cosas. Regreso del trabajo muy cansado y me pongo a leer.
-Eso está bien. Yo hago lo mismo -me dijo.
-Por ahí también tengo bastantes libros. Algunos creo que ya no los volveré a leer.
-Eso si te agradecería bastante.
-¿Quieres que te regale algunos libros?
-Claro, los libros son cultura. Leyendo aprendes bastante.
-Sí –le dije-. Te los bajo en un segundo.

Subí y vi la caja en la que tenía libros que no volvería a leer. No por ser malos, sino por ya no ser de mi interés. Agarré la caja con las pocas fuerzas que me quedaban y la levanté. Caminé con dificultad por el pasillo del segundo piso. La escalera se me hacía increíblemente grande. Cada escalón era una odisea particular. Cuando llegué a la puerta, Pablo me esperaba apoyado sobre la caja de la nueva refrigeradora que habíamos comprado. Se acercó y aún parecía no saber si reírse, darme las gracias o ayudarme.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Un año del borrador.

Hoy es, quizás, un día cualquiera. Hoy es un domingo en que Alianza ganó y que la U empató. Hoy he visto las noticias en otra casa a la que me he mudado. Hoy he amanecido con un dolor de espalda tremendo. Hoy me han llamado a mi celular preguntándome mi nuevo número de casa. Hoy he comido chicharrón con papas y un poco de arroz. Hoy he encontrado otro juguete antiguo. Hoy me he dado cuenta que modo borrador cumple un año de creado y que por no tener internet –aún- en esta nueva casa, no podría postear aunque sea un miserable párrafo. Hoy tengo que agradecer aquellos comentarios que han dejado y que, intuyo, dejarán después también.

Feliz aniversario Modo Borrador. Gracias a ustedes. A los pocos que quedan por ahí. Perdonen la brevedad del texto. La mudanza es muy tediosa.
Contadores Gratis
Contadores Web
Free counter and web stats