El país de los sordos
Estamos en un país en que el desamor conviene un poco más que el amor. Todo por la manía perversa del lamento, del rencor hacía lo que nos pueda hacer caer estrepitosamente de narices contra el suelo, de la insufrible aversión por salvar algo que se pierde, de los pocos rebeldes, de los muchos ausentes, de los que se unieron a una causa y la dejaron, de los que no quieren lo usual ni el lugar común… de esos que son como yo, pues.
La culpa la tienen los que viven sordos. Esos que no escuchan por propia voluntad. Porque la peor de las sorderas es la que se impone uno mismo y, por masoquismo o por tontería, quiero vivir así. Hoy quiero escuchar solo el vacío, ser un ente que camina por las calles como un personaje secundario de una película muda y no estar al ritmo de ningún sonido que no sea música o poesía.
Porque todo tiene sonido y todo parece ser bulla. El día, la noche, la tarde, la madrugada. Un accidente, la ciudad, el campo. Las voces, los llantos, los gritos, los golpes. Un disparo, una puñalada, una explosión. Un reloj, un reloj roto, un reloj de péndulo y otro de arena. El tiempo, mi tiempo. El amor, el desamor.
Entonces decidí que quiero ser sordo. Porque el que, por propia voluntad, se impone la sordera es el que cree en el desamor y eso es más fácil que el amor, pero más fuerte y triste que el amor y menos descarnado que el amor.
Yo soy así: un sordo que colecciona ecos.
La culpa la tienen los que viven sordos. Esos que no escuchan por propia voluntad. Porque la peor de las sorderas es la que se impone uno mismo y, por masoquismo o por tontería, quiero vivir así. Hoy quiero escuchar solo el vacío, ser un ente que camina por las calles como un personaje secundario de una película muda y no estar al ritmo de ningún sonido que no sea música o poesía.
Porque todo tiene sonido y todo parece ser bulla. El día, la noche, la tarde, la madrugada. Un accidente, la ciudad, el campo. Las voces, los llantos, los gritos, los golpes. Un disparo, una puñalada, una explosión. Un reloj, un reloj roto, un reloj de péndulo y otro de arena. El tiempo, mi tiempo. El amor, el desamor.
Entonces decidí que quiero ser sordo. Porque el que, por propia voluntad, se impone la sordera es el que cree en el desamor y eso es más fácil que el amor, pero más fuerte y triste que el amor y menos descarnado que el amor.
Yo soy así: un sordo que colecciona ecos.
3 comentarios:
Hola. me gustó el post eh. tiene un ritmo poético que flipa. el final sobre todo. vale, que no sabía que andaban todos sordos por Perú. saludos muchos.
todos en algun momento no escuchamos pero a veces el gran bullicio hace imposible esta accion
saludos!°:D
dejaste de hacer blogs?
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio