miércoles, 22 de julio de 2009

Gustavo


Gustavo:

Confieso que he intentado escribirte muchas veces. Me quedé siempre en las primeras líneas y me ganaba el miedo, la incredulidad, el escepticismo y esas tonterías que a veces me hacen temblar. Digo esto porque siempre dudé que pudieras leer las cosas que escribo y dudo mucho más que ahora las leas. Lamento no haberte ido a visitar en poco más de siete años y me avergüenzo de no haber ido a tu entierro, compadre. Fui al velorio y, sinceramente, nunca me había sentido tan triste.

Hace unos días estuve escuchando una canción de Incubus, esa que dice “good bye, nice to know you” la escuchábamos en tu carro cuando regresábamos del británico y me jalabas a unas cuadras de mi casa. Hablábamos de todo ¿recuerdas? Eras como mi hermano mayor llevándome a mi hogar, mi maestro en el arte de fumar un Marlboro rojo, te gustaba Deftones y a mi Korn, yo estaba en el cole y tú, con 19, ya estabas en la universidad, me hablabas de una chiquilla algo menor que tú y yo te hablaba de una quinceañera que me quitaba el sueño.

Éramos un grupo que andábamos siempre en clases de inglés: Luciana, Fiorella, Laura, tú y yo. No recuerdo bien si en alguna ocasión salimos todos pero, supongo, que debimos haberlo hecho. Parecíamos ser algo así como los ‘choches’ del instituto. En clases solíamos hacer bullangas y muchas veces llegabas tarde, te asomabas por la pequeña ventana que tenía la puerta y hacías señas para decirle a la profesora que te abra. Argumentabas que venir desde la Universidad Católica tomaba bastante tiempo y más cuando había mucho tráfico en la Javier Prado. Todos nos sabíamos tu floro.

Tengo grabado en mi mente el momento en que me enteré de todo. Llegué a mi casa de entrenar básquet y me dejaron como recado que me había llamado Laura. Le devolví la llamada y me dijo que te había pasado algo. No me precisó nada, ella también parecía confundida y no sabía bien lo que pasaba. Me recomendó que te llamara y luego la llame para avisarle. Eso hice. Llamé a tu celular y me contestó una señora. Pregunté por ti y me dijo que habías fallecido. Esperaba que me dijeran que habías chocado, que te habían asaltado –esas cosas, pues- pero nunca imaginé que podías haber muerto. Créeme: nunca. Solo atiné a quedarme boquiabierto y lanzar preguntas al aire: ¿cómo? ¿cuándo? Me respondió que justo estaba en el velorio. Me dio la dirección y la apunté. Marqué el número de Laura y me respondió ella. Aún sorprendido le dije lo que había pasado. Ella ya lo sabía: le había contado Luciana mientras yo te llamaba.

Llegaron mis padres y me vieron solo, sentado frente al teléfono. Tenía unas cuantas lágrimas en mi rostro. Les conté y se ofrecieron a llevarme al velorio. Me puse unos pantalones oscuros una chompa negra y zapatos. El velorio era en Camacho, a unos minutos de mi casa, a unos cuantos más de la tuya. En el carro pensaba en qué había pasado, cómo había sucedido todo. Llegué y encontré a Fiorella, Laura, Luciana y su mamá. Las saludé, todos estaban consternados en el velatorio, ellas se acercaron a tu madre y le dieron el pésame. Yo no pude. Me quede a un lado, hermano. No me pude acercar al ataúd tampoco. Discúlpame. Rompí en llanto como un niño, aguantándome todo y pensando en que me dirías: “Ya huevón, tranquilo. Vamos a fumarnos un pucho y a conversar” “Esa canción es bravaza, sube el volumen”. Y aguanté lo más que pude pero igual dejé correr algunas lágrimas.

Pasamos un par de horas en el velatorio y nos dimos con la sorpresa que habías fallecido jugando rugby. Que por una jugada, que al parecer fue adrede, caíste de manera estrepitosa y te diste un golpe. Quedé aún más consternado. No era una forma de irse ¿sabes? Haciendo deporte no se va la gente.

Cuando nos íbamos a ir, la mamá de Luciana se ofreció a llevarme. Acepté y aún con los ojos medios rojos subí a su carro. Era un carro blanco si no me equivoco, tú lo conocías también. Me senté en los asientos de atrás junto a Laura y Fiorella. Dejamos a la primera en su casa y le dije que me avisara si iba al entierro. Quedamos en llamarnos. Íbamos rumbo a mi casa y le pedí a la señora que me deje en una esquina. Ahí era donde siempre me dejabas. Caminé hasta mi casa. Ya era de noche y, te soy sincero, no quería creer nada de lo que había pasado.

Al día siguiente no quería ir al colegio, estaba deprimido, lloroso, molesto, todo un adolescente incomprendido, pues. Me avisaron que al día siguiente sería el entierro. Yo no sabía si ir. Y, como te he dicho anteriormente, no fui. Esquivé ese momento, lo acepto. Sabía que no tendría el valor. Los velorios y entierros siempre me han puesto así, lo siento.

El día del entierro calculé la hora que me habían dicho y me planté en mi ventana. Tenía la idea que, como por en frente de mi casa siempre pasan los cortejos fúnebres, el tuyo pase también por ahí. Tuve suerte. Reconocí tu carro yendo tras la carroza y a algunos de los pasajeros los había visto en el velorio. Quedé en silencio y solo dije un “adiós compadre, te voy a extrañar un montón”.

Después de eso no supe más. Luciana me contó algunas cosas, Fiorella otras y Laura también. Ya no era lo mismo. ¿Recuerdas las cosas que te había comentado no? Metí la pata, me chotearon también, todo y mucho más. Es –ahora- para reírse. De Fiorella y de Laura sinceramente no se nada. Luciana se fue a Estados Unidos hace ya varios años y siempre me decía que te visite, que te vaya a poner flores y a rezar. Nos perdimos el rastro por un tiempo pero hace poco volvimos a ponernos en contacto. Te recuerda mucho y no es para menos.

Nunca llegamos a tocar juntos ¿no? Yo ya dejé mi intento por tocar guitarra. Me di cuenta que no era hábil para eso. Siempre escucho algunas canciones y me acuerdo cuando las escuchábamos en tu carro y, a veces, jodíamos a la gente en las veredas. También debo confesarte que he estado a punto de seguir los consejos de Luciana. Ir al cementerio es algo que tengo pendiente y lo haré esta semana. Lo de rezar, lo dudo. No rezo hace ya varios años y no creo en dios. Así que cumpliré lo primero: iré a visitarte.

Nos vemos entonces. Ahí quizás hablaremos más. Tengo mucho que contarte.

Te recuerdo un montón.

Un abrazo, hermano.

Tu amigo de siempre.


Cesar.

3 comentarios:

Anonymous Uno por uno ha dicho...

Una carta a un fallecido? aaaaasu

22 de julio de 2009, 8:20  
Anonymous Andrea ha dicho...

Para una madre es muy dificil perder a un hijo, dicen. Fallecer jugando rugby !wuau! eso esi que me dejo sorprendida.. mucho, que descanse en paz y por supuesto que Dios (aunq tu no cres)lo tiene a su lado.

23 de julio de 2009, 16:13  
Anonymous Anónimo ha dicho...

yo tambien perdi un amigo y me dolio mucho, fue como perder al pata de toda la vida. Ojala te encuentres con alguna de esas personas que ya no sabes nada, seria bueno q se junten y tambien q vayan a verlo al cementerio

30 de julio de 2009, 7:38  

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