sábado, 25 de abril de 2009

Las muertes de Adriana Bryce.


Aquella noche, Adriana me comentó, entre otras cosas, que moría cada vez que Felipe se iba. Solían verse con frecuencia. Él iba a visitarla, veían películas, comían comida chatarra, jugaban algún juego de mesa y, a menudo, tenían sexo. Eran enamorados de la puerta para adentro. Para el público en general, eran solo buenos amigos. Sin embargo, las cosas habían cambiado desde que este se encaminó en una relación. Se dijeron cosas algo hirientes, impensadas, tratando de no quererse y dejar las cosas en claro. Nada funcionó para ella.

Escuchaba a Adriana mientras yo manejaba, dando vueltas sin rumbo alguno, por Miraflores. Ella recostaba su cabeza en mi hombro cada vez que parábamos en un semáforo en rojo y le daba un sorbo al Té de burbujas que habíamos comprado.

-Ayer fue a mi casa –me dijo.
-¿Y qué pasó? –le pregunté con cierto asombro.
-¡Aj! Es que no se si contarte –dijo con algo de incredulidad-. Es uno de tus mejores amigos.
-Adri, pero tú también eres una de mis mejores amigas –atiné a responder.
-¡Ya ya ya! –dijo mientras se erguía y acomodaba el cinturón de seguridad.
-Comienza –le dije.
-Me llamó casi a medianoche. Necesitaba imprimir unos documentos de la universidad y me preguntó si le podía prestar la impresora.
-Ya…
-Y… bueno le dije que sí, que normal ¿manyas? –me dijo
-Manyo –le respondí.
-Vino, subió a mi cuarto y estuvimos viendo sus documentos de la universidad. Era todo un trabajo de 15 páginas. Le arregló un par de cosas en el formato y lo comenzó a imprimir. Luego nos pusimos a conversar de todo un poco. De cómo le iba con Sandra, qué tal el trabajo, cómo están sus viejos, etc.
-¿Quién es Sandra? – le pregunté.
-Su enamorada pues, sonso –me dijo poniendo cara de pocos amigos-. Y bueno, me agradeció por las impresiones y me dio un abrazo. Estaba metida entre sus bíceps. Me sentía protegida y a la vez rara. Me miró a los ojos y me dijo que me extrañaba. Yo no sabía que hacer. Sólo atiné a quedarme callada y no decir nada. Después, no se cómo, ya estábamos en mi cama dándonos vueltas uno encima del otro y, por esos azares del destino, él cargaba un condón en su billetera.
-¡Ah ya! Así es la cosa –le dije riéndome-. Bueno, omitamos esa parte.
-Bueno, lo hicimos y al final no supo que decirme. Trataba de balbucear algo y decía palabras incoherentes.
-¿Cómo qué? –le pregunté.
-Parecía decir que había sido incorrecto lo que habíamos hecho y que se arrepentía pero a la vez no. Las cosas que dicen los hombres pues: “no es mi intención hacerte daño, creo que me dejé llevar y bla bla bla” –dijo ella imitando la voz de un hombre en son de arrepentimiento.
-Entiendo –le dije mientras reía.
-Creo que estaba pidiéndome que caigamos en la amnesia postcoital –me dijo en tono irónico-. Así que le ahorre el trabajo y le dije “Ok, aquí no pasó nada”.

Llegamos a su casa y Adriana me invitó a pasar. Abrió la puerta, dejó su cartera a un lado y entramos a la cocina. Yo no podía creer las cosas que me contaba. Por primera vez pensaba que realmente los hombres podemos ser unos seres despreciables en algunas ocasiones. Me sirvió un vaso con agua y un poco de hielo. Su gato merodeaba la mesa y hacía ruidos extraños. Observaba todo con desconfianza el animalito aquel. Parecía cuidar a su dueña, a quien le miraba los labios y me quedaba atontado viendo cada uno de sus dientes. Vestía una falda muy corta y dejaba ver sus piernas largas y blancas. Le hice alguna broma y amenazó, sabiendo mi fobia a estos animales, con mandar a Mozart, el felino gordo, a rasguñarme las mejillas sin piedad alguna.

Seguimos conversando y a los pocos minutos se escucharon ruidos en la puerta. Me acerqué a la ventana para ver el carro y eran sus padres que llegaban en el Mercedes plomo que casi parecía un barco.

-No te voy a traer problemas ¿no? –le pregunté asustado.
-Nada, no te preocupes. Mi mamá te conoce –me respondió dándome un poco más de seguridad.
-Pero tu papá no pues –le dije aún con la preocupación de estar tan tarde en su casa-. Soy un chico de veinte años recién cumplidos y no puedo estar hasta altas horas de la noche en casas de terceros.
-Eres un tarado –y se rió a carcajadas en mi cara.

Sus padres entraron oliendo a cigarro y con cara de cansados. Parecían haber estado en alguna fiesta. Su madre vestía una falda marrón y blusa blanca. Traía puestos unos zapatos de tacones que la hacían ver más alta y esmirriada. Su padre era un señor alto y con poco pelo. Parecía molesto o amargado. Por algún motivo, pensé que era por mi sola presencia en su casa.

-¡Carlitos! –exclamó la señora Yolanda.
-Buenas noches señora –le dije mientras me paraba y esbozaba una sonrisa.
-Que gusto de verte hijito –me dijo poniendo una mano sobre uno de mis hombros.
-Papá, él es Carlos –le dijo Adriana a su padre.
-Buenas noches señor –dije mientras estiraba la mano.
-¿Tú eres el escritor? –me preguntó con algo de dudas y estrechaba mi mano con algo de fuerza.
-Sí, es Carlos Polar –dijo la señora.
-Papá, mamá, ya pues. Sí, es él –concluyó Adri y los acompañó a las escaleras mientras les decía cosas triviales. A lo lejos, ambos se despidieron de mí y me invitaron a ir en otras oportunidades a su casa.

No se si les había causado una buena impresión o me jugaban el mismo sarcasmo con el que me trataba Adriana. Me senté nuevamente en la silla y bebí lo poco que quedaba de agua en el vaso. Ella se acercó haciendo gestos de reprobación sobre la conducta de sus padres. Yo reía y temía por el maldito gato que seguía merodeando la cocina.

Adriana se sentó y me dijo que nos dirijamos a la sala. Era más cómodo, alegaba ella. Nos sentamos uno al lado del otro. Ella recostó su cabeza en mi hombro y comenzó.

-Hace una semana pasó algo similar –me dijo.
-¿Similar a qué? –pregunté.
-A lo de ayer pues. Con Felipe.
-¿Qué? Eso no me has contado.
-Sí, lo mismo. Vino a mi casa, estuvimos conversando. Me contó que tenía problemas con Sandra y ‘sas’ lo hicimos furiosa y velozmente.
-¿Te pidió la amnesia postcoital? –le pregunté asombrado.
-Claro, eso es básico. Sin eso me sentiría más muerta de lo que estoy.
-Pero no seas sonsa –le dije-. Tienes que parar esto.
-Yo se, pero es morir cada vez que se va y vivir cada vez que está dentro de mí.
-¡Tiene enamorada Adriana! –exclamé.
-Sí, lo se. Y a veces siento que no he sido suficiente para él. ¿Por qué nunca me dijo para estar? ¿Por qué nunca se me declaró?

Las lágrimas de Adriana mojaban mi camisa y yo solo atiné a rascarle la cabeza y abrazarla fuertemente. Ella se repetía lo mismo una y otra vez. Parecía no encontrarle explicación a los hechos. Traté de darle consejos pero no servían de mucho. Se tranquilizó, se paró del sillón y fuimos por más agua.

-Creo que me tengo que ir –le dije.
-Muchas gracias, en serio –me dijo ella y nos dimos un abrazo largo y fuerte. Esos que parecen ser irrompibles, leales y sinceros.
-Adiós –le dije a lo lejos-. No sigas con estas cosas. Te haces daño a ti misma –a penas le dije eso, se acercó rápidamente.
-¿Podemos dar otra vuelta? –me preguntó de improviso.
-Pero… son las tres de la mañana –le respondí.
-Ya, sube nomás –dijo mientras agarraba su bolso.

Fuimos a Barranco y, otra vez, yo manejaba lentamente sin rumbo alguno. Hablábamos de todo menos de amor. Nos burlábamos de los transeúntes acaramelados que encontrábamos por ahí y pusimos un disco de Joaquín Sabina para cantar como si fuésemos borrachos en busca de algo.

-“Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. En vez de fingir, o estrellarme una copa de celos, le dio por reír” –cantábamos con voz fuerte, casi gritando y creyéndonos nosotros los despechados por excelencia.
“De pronto me vi como un perro de nadie, ladrando, a las puertas del cielo. Me dejó: un neceser con agravios, la miel en los labios y escarcha en el pelo” –seguimos cantando.

-Cantamos hasta el perno –le dije.
-No, tú cantas hasta el perno. Yo canto bien –me respondió
-Somos unos tarados Adri –le dije suspirando.
-Y unos imbéciles en el amor –concluyó ella.
-"… tanto la quería, que tarde en olvidarla 19 días y 500 noches" –cantamos en coro.

La canción no había terminado y nosotros tampoco de vociferar cada palabra de la letra. Seguí manejando. Me sentía alegre y confiado de estar con una amiga que, al igual que yo, sufre de lo mismo: la incomprensión. Pasamos por una avenida con muchas tiendas, voltee el rostro para verla y vi una luz amarilla muy fuerte en mis ojos. Un resplandor prácticamente encima nuestro. Sentí un golpe fuertísimo y nada más.

Cuando desperté, me dolía todo el cuerpo y la cabeza. No reconocía el lugar, estaba en una cama de clínica y tenía un brazo enyesado. Mis padres estaban dormidos en el sillón del costado y con la bulla de mis movimientos se despertaron.

-¿Qué pasó? –les pregunté.
-Tuviste un accidente –me dijo mi padre-. Los envistió un carro que se pasó la luz roja.
-Recuerdo algo –le dije asustado.
-Pero estás bien hijito –me dijo mi madre-. Tienes unos golpes y cortaduras.
-¿Y Adriana? –le pregunté-. ¿Cómo está ella?

Después de preguntarles a ambos sobre Adri, no pude contener el llanto; incluso sin saber la respuesta. Mi padre se acercó más, me tomó la mano y me miró a los ojos.

-Hijo, Adriana falleció.

7 comentarios:

Anonymous Jose V ha dicho...

Tu eres el chico? Asu! en serio paso eso?????? Tengo amigos que por esas cosas del destino de un momento a otro tb se fueron, es duro, es triste, pero asi es la vida, siempre en el momento menos pensado uno se puede quedar sin un ser querido!! buen cuento cesar. saludos

26 de abril de 2009, 12:16  
Anonymous Mafer ha dicho...

Que? y cuantos años tenía ella?? Ahora vas a poner puros relatos que te han pasado? Esta chevre la idea ahh pero de vez en cuando uno de esos chistosos q siempre ponias puede ser digo no? jajaja
igual esta muy bien y tu cambio de foto tambien jajajaja
besos y abrazos

26 de abril de 2009, 22:27  
Anonymous Anónimo ha dicho...

NO ME GUSTA

29 de abril de 2009, 23:34  
Anonymous Anónimo ha dicho...

ojala que felipe se haya sentido el ser mas miserable y culpable sobre la tierra...

30 de abril de 2009, 16:47  
Anonymous Anónimo ha dicho...

"Que experiencia"no queno sanbias nada niño ? jajaja ...es una broma, buena historia y porque el cambio de foto ehh.. si re veias muy bien ,si puedes escribeme a
djc_23_2003 cuidate mucho suerte muñeco....

12 de mayo de 2009, 14:51  
Blogger Cesar Melgar. ha dicho...

[RESPUESTA]:Hola anonimo(a). Lamento decirte que no puedo escribirte al correo que envías por las siguientes razones:
1.- No se si es hotmail, gmail, yahoo, etc.
2.-No tengo la más mínima idea de quién puedas ser.
3.-No acostumbro a agregar a lectores del blog por "equis" motivos.
4.-Estoy escuchando una cancion de Debussy y estoy de buen humor. Se que si conversas conmigo o, en el peor de los casos, te escribo algo, pues te amargaré la vida. Suelo ser insoportable, maniático, de caracter ácido, etc.
Espero sigas leyendo el blog y soportando a este insensato blogger.

12 de mayo de 2009, 21:10  
Anonymous Anónimo ha dicho...

tipico q el protagonista sea escritor, bueno, no tan tipico, pero suele pasar. trata de ver historias mas inesperadas - An(t)onimo

26 de mayo de 2009, 7:14  

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