lunes, 3 de agosto de 2009

El amor es para los valientes.


A Daniela le gustaba siempre ponerse la casaca negra que le había regalado su padre en su cumpleaños. Se miraba al espejo y pensaba en su largo cabello ensortijado y en que pasaría la noche fuera de su casa bailando en una discoteca, acompañada de amigos y amigas. Tomaría algo de licor y quizás se olvidaría por unos instantes de problemas y demás.

-Voy a salir con Jorge -le dijo a su mamá.
-¿Jorge? -preguntó la madre extrañada.
-Sí, ¿recuerdas un amigo que conocí hace varios años en el instituto?
-¡Ah! ¡Jorgito! ¡Qué sorpresa!
-Viene ahora a las seis y vamos a tomar un café, por ahí. Yo luego voy a la casa de Susana y vamos a bailar.

Jorge estacionó su carro en la puerta. Bajó y tocó el timbre. Sonaba como una campana oriental a lo lejos. Le quedó grabada la melodía y la repetía una y otra vez mentalmente. Le contestaron.

-¿Sí? -dijo una mujer tras el intercomunicador.
-Hola, ¿está Daniela? -él sabía que estaba en casa pero no se le ocurría mejor frase para responder.
-¿Quién la busca?
-Jorge.

Dentro de la casa, le comunicaron a Daniela que la habían venido a buscar. Ella ya sabía que era Jorge quien tocaba el timbre y se terminaba de acomodar la casaca negra frente al espejo y se ponía la cartera en el hombro derecho para ver la obra final. Su madre la vió y le arregló la casaca para que no se viera el escote ni esas tiritas del sujetador negro que a ella le gustaba mostrar. Se rieron y bajaron juntas las escaleras.

-¡Hola! -exclamó Dani y se dieron un abrazo de dos segundos.

Su madre esperaba en la puerta y lo miraba asombrada.

-Ya te veía yo, hijito, con tu mochila y tus cuadernos. Todo un quinceañero estudiosito -dijo la señora mientras esbozaba una sonrisa-. Ahora mirate, todo un joven de veinti... ¿cuántos?
-Veintidós, señora -respondió él.
-¡Ah! Eres mayor por un año que mi Dani -dijo juntando las manos-. ¿Y qué van a hacer chicos?
-Ya te dije, mamá -le respondió Daniela-. Vamos a tomar un café, aunque yo creo que mejor me tomo un té -concluyó.

Se despidieron de la señora y subieron al carro. Ella puso su pequeña anatomía en el asiento del copiloto. Jorge la veía admirado, fascinado por su cabello y algo nervioso. Daniela se sentía cómoda y despreocupada, sonreía enseñando sus dientes blancos y pequeños. También mostraba sus labios brillantes y con un color perfectamente parejo. No se veían hace siete años y ambos creían verse igual que en esa época.

-Bueno, ¿en estos casos qué se pregunta? -dijo él en son de broma.
-No tengo idea -respondió mientras sonreía de una manera muy coqueta.

La tarde se hacía cada vez más oscura. Se acercaba la noche y el tráfico se hacía pesado. Los carros avanzaban lentamente. Los dos muchachos conversaban de todo: arte, música, literatura, universidad, mascotas, etcétera. Jorge manejaba y tomaba solo con una mano el timón. En la radio sonaba la música de Telestereo, emisora que siempre escuchaba él. Daniela sonreía y ayudaba viendo a los lados para indicarle a Jorge que pase o que se detenga.

No se decidían a donde ir. Jorge propuso un bar. Daniela propuso un café donde vendían un té de rosas que ella solía tomar en sus ratos de soledad, bohemia y de pensar en la vida, arte o simplemente ver pasar la gente una tras otra.

-La verdad es que nunca he ido -dijo Jorge-. ¿Recuerdas por dónde es?
-No -dijo Daniela y rió algo avergonzada-. Pero preguntamos, pues.
-Ya, a quien sea...

Daniela bajó el vidrio y preguntó por el lugar. No recibió mayor información. Nadie sabía de aquel lugar. Ambos se reían y seguían dando vueltas. Incluso estaban dispuestos a caminar y buscar el café a pie. Ella estaba con zapatos de tacos y le mintió a Jorge diciéndole que no habría problema en caminar. Él lo entendió, se rió y siguieron buscando.

-¿Me prestas tu celular? -preguntó Daniela-. Voy a llamar a una amiga para preguntarle en que calle queda este café.
-Claro, toma -y le dio el telefono.

Encontraron el café. Esperaron unos minutos para una mesa. Había una exposición de fotografía artística en una sala. Un grupo de tres jóvenes tomaban unas cervezas, una chica leía un libro a un lado, un chico con aire intelectual escribía en una computadora portátil. Jorge y Daniela se sentaron en una mesa para dos personas junto a una pared de la cual colgaban unos retratos en sepia. Estaban uno enfrente del otro.

Se acercó la mesera, les entregó la carta y sonrió amablemente a ambos. Se retiró.

-Puedes pedir lo que quieras ah -dijo Jorge.
-Voy a pedir el Té de rosas de Jamaica, es buenazo. Te daré a probar -dijo ella.
-Ok, acepto.
-¿Puedo pedir algo de comer?
-Claro -rió Jorge.
-Es que después voy a salir con unas amigas y me muero de hambre.
-Está bien, está bien -asintió-. Me gustan las mujeres que comen sin vergüenza.
-Tampoco tampoco, ah -exclamó Dani.

Se acercó la mesera y tomó su orden. Daniela pidió el té y unos ravioles con relleno de verduras y salsa blanca. Jorge pidió solo un café americano. Había comido varios bocaditos en una reunión y hambre era lo que menos tenía.

Ella estaba muy hambrienta pero no quería mostrarlo. Pensaba en cómo disimular pero luego no le importó. El que tenía en frente era su amigo, no un extraño que recién conocía.

Les trajeron los pedidos.

Comenzaron a conversar. Ella estudiaba arte y diseño en una universidad privada. Pensó por un momento en estudiar historia del arte, o algo relacionado a eso, pero luego declinó. Jorge, en cambio, estudiaba una carrera de negocios y ya trabajaba en una oficina. Vestía una chompa y unos pantalones que le quedaban grandes. Intentaba acomodárselos sin que Dani se diera cuenta.

-Puedes comer de mi plato si gustas –le dijo ella.
-Pues no deseo, gracias –le respondió-. He comido algunas cosas antes.
-Mira ah. Que conste.
-Sí, no te preocupes –dijo él mientras hacia un gesto con la mano-. Y dime ¿cuál es la novela que me tenías que contar?
-¿Estás preparado? Es larga y bien enredada.
-He hecho una suerte de preparación mental para estar concentrado durante el relato.

Daniela comenzó a contarle cada detalle de su vida amorosa. Recordaba algunas cosas que pasó con muchachos que no se portaron bien con ella. Un chico que practicaba surf, uno que escuchaba reggae y, a pesar que ella amaba esa música, el amor no fue tan hermoso como una canción. Jorge la veía y recordó que a él le llegó a gustar Daniela cuando tenían 15 años ambos. No podía creer que la estuviera volviendo a ver. Él se le declaró hace varios años y esa fue la última vez que se vieron.

-Perdón, es que me entretuve viendo el reflejo de tus ojos –dijo él-. No te he prestado atención. Discúlpame.
-¿Qué? –dijo ella.
-Sí, es que son muy marrones y se puede ver el reflejo de las otras personas.

Daniela se sonrojó y se sintió incómoda. Trató de no mostrarlo y puso cara de extrañada. Recordó el momento en que Jorge se le había declarado e intentó solo poner su cabeza junto a la de ella y ella pensó que quiso darle un beso. Se sintió más incomoda. Él solo la veía y tomaba de su taza de café lentamente.

Los ravioles no le sabían muy bien a Dani. Comía porque tenía hambre. Seguía contando sus historias de amor y no le agradaba recordar algunas cosas. Le gustaba un tipo que no ordenaba sus ideas ni sentimientos. Eso confundía más a la muchacha y le hacía derramar algunas lágrimas.

-Ya no se que sentir por él –dijo ella.
-¿Por qué? –preguntó Jorge.
-Son puras dudas, puras cosas incompletas. No se decide –decía suspirando-. Y yo, como una tonta, casi a los pies de él.
-¿Te gusta mucho verdad?
-Sí –respondió Daniela.

Jorge sintió que tenía 15 otra vez. La misma escena que cuando se le declaró. A ella le gustaba otro chico y a Jorge le gustaba Daniela y los pequeños hoyos que se formaban en sus mejillas cuando sonríe. Se quedo viendo sus dientes, sus labios, cada rizo de su cabello y un mechón planchado que hacía de cerquillo.

-Es raro, Dani. La última vez que nos vimos también me contabas de un chico que te gustaba.
-Sí, lo se.
-Y mírate ahora –dijo el señalando con ambas manos a la chica-. Estas casi igual.
-Sí –dijo Daniela y solo atinó a callar.
-¿Sabes Dani? –y le tomó las manos-.El amor es para los valientes.

Ambos callaron y no dijeron nada. Ella fue a verse al espejo. Tenía ganas de retroceder el tiempo y evitar algunas cosas que le hicieron algo de daño. Jorge se sentía como un tonto. Pidió la cuenta.

El la llevó a casa de una de sus amigas. En el carro seguían escuchando música antigua. Canciones de amor en inglés.

-Me gustaría volver a salir contigo –le dijo Jorge-. Ha sido genial.
-No se que hacer –dijo mientras se llevaba ambas manos a los ojos-. También la he pasado muy bien –y suspiró.
-Tranquila, no quiero traerte problemas.

Cuando llegó a su destino, Daniela se demoró en bajar del carro. Esperó unos segundos dudando en cómo despedirse. Con un beso en la mejilla, con un ‘chau’ o simplemente bajando del auto y moviendo la mano. Decidió por acercarse. Jorge también lo hizo. Se dieron un beso en la mejilla y esa fue la despedida.

Daniela estuvo bailando casi toda la noche. Tomando algo de licor y riendo a carcajadas con sus amigos. La pasaba bien y olvidaba cosas que tenía que olvidar.

Jorge llegó a su casa y escribió.

No es verano y esperé verte
entre sombras de los que no ven rostros.
Hoy has crecido niña:
ya no tienes el sol entre tus muslos
sino la luna
que humedece cada mechón púrpura
de algún ser de perfil griego como el tulipán.

Son entonces
tu lengua y tus cabellos como hilos tibios
los que recorren ahora los sillones de otra casa
alejada ya
de mis cuadros
de mis poemas
y de mi aliento.

5 comentarios:

Anonymous Yop ha dicho...

Bonita historia, parece que la chica daniela sufre un poco por los hombres, cosa que no se deberia dar. Es una constante entre las chicas de esa edad quizas y sobre todo en algunas que tampoco tienen las cosas claras. Simpatica la narracion.

5 de agosto de 2009, 12:02  
Anonymous andrea ha dicho...

Hay que ser valiente porque para el amor hay que estar preparado para sufrir y recibir golpes muy muy muy fuertes, puedes ganar la guerra o puedes perderla; mucho cuidado siempre con esas cosas que si no eres valiente puede que uno no salga bien librado del amor.
Un beso Cesar, un gusto leerte.

6 de agosto de 2009, 8:45  
Anonymous Anónimo ha dicho...

y que pasó con la casaca negra???, un poco vacía la trama. y superflua tmb.

2 de noviembre de 2009, 16:45  
Anonymous Anónimo ha dicho...

JAAAAAAA ME GUSTO MUCHO LA HISTORIA JAAA ME HIZO REIR UN POCO PS NO SOY SEGUIDORA DE LO ROMANTICO NI COSAD DEL AMOR PERO ME GUSTO JAAAAAAAAAA GRACIA DE VERAS, YO QUE BUSCABA INFORMACION DE COMO IMPRIMIR MODO BORRADOR EN UNA LASER Y LLEGE HASTA AQUI

17 de noviembre de 2009, 13:08  
Blogger Unknown ha dicho...

loookkoooo...cada vez haces que me ponga a analizar cada suceso de la mia vida, ahora bien este suceso es común como dice tu historia cuando alguien tiene 15 o 14 años, donde quieranlo o no ambas partes sufren algo. Muy chevere la historia sigue así, ya nos veremos pronto.

6 de diciembre de 2009, 23:18  

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