My way.
Cuando no estoy en alguna grabación de un spot publicitario para colgarlo en el horario pautado, estoy en la cabina de la radio intentando aprender el manejo de los programas que se utilizan para salir al aire y el sistema de secuenciación y orden de las canciones a tocar. Usualmente estoy en el segmento de Sonia, con quien creo he adquirido una facilidad incontrolable para hablar y buscar los temas para cuadrar la tanda. Ella siempre contesta el teléfono con la melodiosa voz que la caracteriza y toma en cuenta los pedidos musicales de los oyentes. Algunas veces llaman de buena onda y otras con intenciones no tan agradables.
La estación tiene un formato de música selecta espectacular y el público objetivo son los adultos que gustan de música buena y fácil de escuchar (cherry). Es por eso que yo soy el chiquillo amateur, el jotita del equipo, el fundador de la guardería, el bebé del estudio. Todos los días aprendo algo nuevo referente a la música y al trabajo en radio, eso me tiene embelezado y a veces desconcertado.
Hace unos días sonó el teléfono y Sonia contestó. Le escuché decir un: “sí claro, cuéntame”. Le escuché mencionar a Frank Sinatra y le percibí los ojos como desorbitados, sorprendidos y ella al borde de un desmayo. Colgó rápidamente, habló en el espacio que le tocaba hablar y, sin dudarlo dos veces, me comentó la historia novelesca y nada común de una señora de 63 años.
La señora Fernanda pidió una canción: My way, en la voz de Frank Sinatra. Dijo que le trae infinidad de recuerdos de sus años mozos y comenzó a contar su historia. Los primeros días de mayo se encontró, en un supermercado miraflorino, a un señor de pelo blanco y alto. Tardó unos cuantos segundos en reconocerlo. Él, según ella, la reconoció al instante. Con algo de temor se preguntaron de dónde se conocían. Se miraron bien. Ya no eran los jóvenes enamorados de 20 años.
Manuel y Fernanda habían sido enamorados en la década del 70. Él fue su primer novio, su primer amor, su primer todo. Rompieron su relación porque ambos tenían que viajar a distintos lugares y vivir en casi polos opuestos. Ella le escribió un par de cartas, él no las recibió nunca. Tienen unos cuantos amigos en común y se habían visto por foto unas cuantas veces. Este año, como ya dije, se encontraron después de 35 años, se pidieron sus respectivos teléfonos y, aunque parezca chistoso, también sus e-mails. Conversan frecuentemente. Él está casado y ella es viuda. Ambos son abuelos y a ambos les fascina Sinatra.
La semana pasada han salido juntos a cenar. Se han dicho cosas dulces y también melancólicas. Manuel le ha dicho que no es feliz con su esposa, no siente lo mismo. Fernanda se ilusiona como una quinceañera con medias cubanas y bincha rosada cada vez que escucha esto. Sabe que en parte está mal, pero algo dentro de ella le dice que aun existe un sentimiento entre ambos. Ha llamado a la radio pidiendo la que era su canción y para conversar con Sonia un par de minutos. Ambos nos quedamos pensativos y la pregunta que se nos vino a la mente fue: ¿Eso en verdad será posible? ¿Cómo será?
Esta historia me hace recordar un par de libros que tratan temas similares: ‘La amigdalitis de Tarzán’ y ‘El amor en los tiempos de colera’. Si bien ambas son historias distintas, tienen en común un amor (o supuesto amor) que atraviesa, con infinidad de dificultades, las barreras del tiempo y problemas de terceros.
Surgen un sinfín de preguntas e incógnitas de cómo seremos de ancianos. Qué pasará en nuestra vida sentimental y en qué estaremos metidos en esos años.
Me he imaginado como cuarentón, pero jamás como un ente de la tercera edad. Creo que ya es muy lejano como para pensar en algo así. Por ende, tampoco me he imaginado como es que podría ser el sentimiento amatorio en edades avanzadas. Debo intuir que, al igual que Fernanda y Manuel, también puede estar lleno de ilusiones un tanto gastadas y poco reales. Que quizás el sentimiento se vuelve una costumbre en dignos casos de intromisión de los familiares. Qué sé yo.
No creo imaginarme que habrá sentido Manuel al ver a su Fernanda, un tanto arrugada y con el cabello pintado en Amarige, con la ropa comprada en Saga y la billetera con tarjetas de todos los colores. Tampoco tengo la más mínima idea de cómo se habrá sentido ella al verlo con el cabello totalmente blanco, con el terno de Armani, con las llaves de un BMW y aplicándole sonrisitas de viejo verde a las meseras licenciosas de algún restaurante de alcurnia y abolengo. Cómo se habrán sentido al escuchar ambos un disco de Frank Sinatra y decir que todo lo que hicieron lo hicieron a su manera. No a la de otros, solo a su manera.
En cuanto a mí, francamente, no recuerdo mucho a mi primera enamorada. Tengo una borrosa imagen de cómo era, unos pocos recuerdos del tiempo que estuvimos, las agarraditas de mano y lo tortolitos que parecíamos. La diferencia es que, lamentablemente, mi primera enamorada no fue mi primer amor.
He tejido una teoría sobre lo que haría. Primeramente, no creo que tenga un terno de Armani ni las llaves de un BMW. Quizás esté con un terno ‘ÉL’ y, con algo de suerte, las llaves de un Toyota. En el momento que me encuentre con mi antiguo amor (aunque no sé si esté bien usado el termino amor), intuyo la saludaré y le diré, cínicamente, que se ve joven, que su pelo no parece pintado y que aun conserva la figura de quinceañera. Todo en son de paz. Con un cariño inocente y nada libidinoso.
Hablando en serio: No creo que me metería la santurrona ilusión del pasado. Espero mantener la poca cordura y decencia que me queda para, si llegara el caso, poder separar lo que es un recuerdo de un sentimiento. Quizás el tener un reencuentro amoroso y luego tormentoso, no es nada saludable a esa edad. Si la soltería pregona su presencia por esas épocas, también habría que pensarlo. Si el matrimonio hace gala de su existencia creo, fehacientemente, que es mejor no jugar con fuego de antaño. Lo pasado es un recuerdo que no necesariamente tiene que olvidarse sino, concientemente, diferenciarse de un posible renacimiento del gastadísimo amor .
La novela se torna siempre en una incógnita al hablar de algo que no ha pasado. Yo no sé cómo reaccionaría al ver a mi primera enamorada después de 35 años. Espero, sinceramente, hacer todo lo que dije en párrafos anteriores. Espero Fernanda y Manuel tengan cuidado. Pero, al fin y al cabo, es su vida y al ser así, pueden vivirla a su manera. No a la de otros ni de todos. Solo a su manera.
¿Qué dicen?
My way, en la voz espectacular de Frank Sinatra.