Las cosas como son.
Digo que es un karma porque a veces no me ha resultado favorable el expresar todo lo que pienso. Mejor dicho: expresar todo lo que pienso con crudeza, con una dosis de frialdad y una pisca de irreverencia. No me gusta el estar dando vueltas sobre un tema. Las cosas cuando se tocan claramente son más entendibles. Guardo siempre el tino, pero esto no quiere decir que no sea directo. Incluso me he dado cuenta que cuando le he dicho alguna malacrianza, o algo subido de tono, a alguna chiquilla que frente a mí pulule, no me han contestado con una cachetada ni con una mirada de asco. No tengo idea si es por pena o es porque importa más la forma cómo se dice el mensaje que la propia esencia de éste.
En esta semana han pasado ciertas cosas que bien podrían reflejar estos comportamientos. Mientras Pamela y yo veíamos televisión, dije algunas cosas que no resultaron cómodas. Debo haber dicho algo un tanto libidinoso al ver a la colombiana que conduce un programa en el canal 11, quizás le dije una que otra broma que no fue de su agrado o de repente manifesté que quería ver el partido de futbol y no la película melcochona que estábamos viendo. Sinceramente no recuerdo pero, sin lugar a dudas, me quedó claro algo: hay palabras que algunos están acostumbrados a escuchar y otros no.
Yo tengo presente que a veces mis pensamientos son un tanto extraños y pues no ando con ideas ilusas sobre cosas de la vida, el trabajo, la familia y hasta del amor. Los dimes y diretes me llegan y las frases llamadas cliché me enervan al punto de maldecirlas y desterrarlas de mi disco duro.
A raíz de estas situaciones me puse a pensar en mi pasado. Sé que ahora, algunos amigos y amigas, se estarán riendo y estarán diciendo frases un tanto peyorativas hacia mi vida pasada. Pues no puedo negarlo, mi usual descaro traía certeras malas rachas de popularidad. Siempre he corrido el riesgo de ser tildado de faltoso, malandrín, pendejerete y hasta de malicioso. A pesar que cuido lo que digo y cómo lo digo, mi transparencia y mi poca censura es usualmente mal interpretada. Tengo unas cuantas experiencias a la mano y contarlas creo que es adecuado, a pesar que corro el riesgo de seguir siendo catalogado como narrador casi libertino de mis experiencias medianamente íntimas.
Fue en esos momentos en que la señora automáticamente me dice:
-Vamos a misa con tu abuelita.
-No voy a misa –le dije yo.
-¿Por qué?
-Porque no creo en la iglesia, ni en las religiones. Pero si en un Dios.
Bastaron esas frases para que, desde ese entonces, me marcara como un chico orientado al satanismo y a la perdición. Hasta insinuó que era uno de esos jóvenes fornicadores empedernidos. Me reí tanto y sin faltarle el respeto le dije que estaba equivocada. Simplemente pienso que las religiones son separatistas y que la iglesia es más política que teológica. Esto ya fue el cataclismo católico. Me iba a excomulgar. Sacó su envase de agua bendita y comenzó a rosearme de este líquido eclesiástico.
Quizás debí ser un poco más cuidadoso para hablar de ese tema con ella. No estaba acostumbrada a escuchar las cosas que dije. Le sorprendieron y no es para menos. Se escandalizó y me parece comprensible. Ser un angelito nunca me ha sentado bien y ser una persona con una idea formada sobre ese tema me ha parecido siempre correcto.
Jamás le mentí. Fui totalmente transparente y no dudaba en decirle las cosas que pensaba. Si me resultaba abrumador o si me resultaba un tanto dulzón. Ella hacía lo mismo. No puedo negar que la pasábamos genial. Conversábamos y nos reíamos, comíamos un par de cosas y nos jugábamos chascarrillos propios de dos tipejos que salen sin compromiso social alguno.
Llegó un momento que por alguna broma mía, esta simpática muchachita me escribió aproximadamente cuatro páginas de una descripción muy analítica sobre mi persona. En una parte incluyó mi estilo de buscar palabras y mi forma de decir las cosas. Me dijo que le parecía frío y calculador. También que soy de las pocas personas que tiene una manera de hablar que puede dejar mudo al otro. Y que lo directo que soy puede resultar, a veces, interesante.
Ella ahora está de viaje y hablamos solo vía internet. Siempre me recuerda esos momentos y lo directo que fui incluso para darle algunas explicaciones sobre mis repentinos e inesperados besos. Ahora, casi un año después, me dice que le pareció extraño ese comportamiento. Me tildó de pendejo y muy osado. Me mandó bien lejos y un par de veces mandó saludos a mi madre. Pero luego se dio cuenta que era mi forma de ser. Irreverente y de lengua filuda me dijo. Yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré –le dije cantando-. Ahora me tilda de poco masculino y yo a ella de ingrata y mala criticona de cine.