Si bien hace un par de años dejé de considerarme católico, no puedo pretender ser un ente esquivo ante la semana santa. Estos días de honesta y seria reflexión para algunos, y una oportunidad de cucufateo horroroso para otros, se involucran tan omnipotentemente en nuestras vidas que rendimos culto al feriado largo más que a otra cosa.
Yo no soy de celebrar las fechas eclesiásticas. Al contrario. Ni me inmuto ante los días como estos. No me gusta tener que realizar ciertos trámites religiosos para seguir con una tradición tan, a mi parecer, aburrida y tediosa. No comparto ciertas propuestas de la iglesia católica y de las religiones en general.
Recuerdo la última vez que me confesé. Fue en época escolar si no me equivoco. En la capilla del colegio. Con algún padre español, con panza prominente, lentes grandes y un aliento del demonio. Me parece que era en hora de clase cuando nos llevaban a la iglesia. Nos sentábamos en orden y en silencio. Todos uniformados. Éramos unos santos huevones con chompa azul. Se que la confesión es un acto estrictamente voluntario y que realizar este acto tomándolo a la ligera, pues es un comportamiento poco decente frente a las autoridades del mundo de la cruz. Yo, sin embargo, debo aceptar que me confesaba porque me daba vergüenza o me causaba temor el ser enviado al infierno vía teletransportación. Y siendo algo más malicioso, me confesaba para retrasar unos cuantos minutos más el regreso al salón de clases.
Estoy seguro que con esto me voy a ganar algunas diferencias con personas que realizan estos actos solemnemente. Pero debo confesar que desde hace cuatro, o cinco, años deje olvidadas aquellas buenas maneras religiosas. Creo en un Dios mas no en las religiones.
Es quizás por eso que también hace cuatro, o cinco, años deje de hacer acto de presencia en la misa dominical. Deje de acercarme para recibir la hostia y, como dije anteriormente, de confesar mis pecadillos inocentones a un sacerdote totalmente desconocido para mi.
Ya que no lo hago muy a menudo, creo que la fecha es propicia para una confesión. Cibernética claro está. Ante ustedes bloggers todo poderosos. No me cuadra, ni me gusta, la idea de contar mis cosas a alguien que no conozco. Pero debo aceptar, de buena forma, que tengo unos cuantos lectores que, sin mas ni menos, se han ganado el derecho a saciar su morbo por lo secreto y lo prohibido de la vida de un tipejo (yo) que anda ventilando ciertos pasajes de su vida amorosa, sentimental, amical y hasta clínica. Son simplemente dos burdas confesiones de semana santa. Dos pequeñas historias de secretos bien guardados en los expedientes de mi servicio de inteligencia propio.
Confesión número 1: La agridulce mentira.
Hace unos años cuando recién ingresaba a la universidad de Lima, tenía por enamorada a una risueña jovencita quien lleva por segundo nombre uno cuya inicial es “A”. Manteníamos una relación simpática y por lo visto duradera. Cierto día “A” me contó, dolida, cierto tema un poco incómodo. Resulta que una ex enamorada, la cual llamaré “M”, había estado hablando pestes y cosas de muy bajo nivel sobre ella. Me pidió que por favor le comente y que si fuera posible le ponga el pare. Al principio yo dudé de la capacidad de hacer leña y ser ponzoñosa de “M”, pero no puedo negar que tenía un pequeño duende en mi hombro derecho diciéndome: Sí, sí es capaz de hacerlo. Yo no esperé a más y me dispuse a mantener una conversación con la mencionada “M”. Hablamos y ella no tenía ni idea de lo que pasaba. Yo, casi convertido en un energúmeno cascarrabias, me propuse a insistirle en recriminar las cosas que estaba vociferando por ciertos lugares. Ella seguía sin entender. Tal fue el afán de ambos por defendernos que, cada uno desde nuestras posiciones, terminamos por decirnos palabras soeces y despedirnos con prontitud y casi jurándonos no volvernos a ver. Todo bien. Me quedé con algo de pena por no hablar más con ella, ya que suelo mantener amistad con la mayoría de ex enamoradas que he tenido. Pero por otro lado, me quede tranquilo de saber que no seguiría hablando más tonterías. Pensamiento de 17 años claro está.
Pasó un tiempo y la que seguía siendo mi enamorada, “A”, en una conversación me lanza un dardo casi directo a la yugular. Comenzó diciéndome que tenía algo por decirme. Yo quedé preocupado pues no sabía exactamente que era. Me confesó, con una cara de arrepentimiento inimaginable y una suerte de lloriqueo celoso, que lo que me había comentado sobre “M” era mentira. Una vil y bien armada patraña. No supe como reaccionar pues literalmente había mandado a “M” a la eme. Trataba de darme explicaciones diciendo que había sido a causa que se autodenomina una celosa medianamente compulsiva. Yo ya no sabía que hacer, no sabía como pedirle disculpas a “M”. Me daba vergüenza y también miedo a que me coma vivo o me enjaule con un león hambriento. Nunca la llamé y nunca más supe algo de ella.
Hasta hace unos días una amiga, quien también conoce a la anteriormente mencionada “M”, me comentó que aquella jovencita, de ahora 20 años, había caído por esta página y estuvo leyendo a este desaliñado blogger. No pude contener la sonrisa y no pude desaprovechar la oportunidad de disculparme públicamente. Confieso que me equivoqué y espero acepte mis disculpas. Confieso que pequé por no saberla escuchar y no dejar que argumente su posición. Me deje llevar por mi pensamiento coléricamente colegial. Ojala no haya hecho un muñeco de vudú y me esté propinando certeros agujazos en distintas partes del cuerpo. Y si es así, estoy rezando por que no toque mis virginales partes intimas posteriores.
Confesión número 2: Mis letras con otra firma.
En época colegial – sí, también- solía escribir versos pequeños y también algunos pensamientos súper privados. Era quizás la forma que siempre encontré de aislarme de todo lo que me rodea. En cierto momento un amigo mío –ni tan amigo al fin y al cabo- logró, con ingenio, leer algunas de estas cosas escritas en un cuadernillo de 100 hojas cuadriculadas marca minerva. Se río y me dijo que estaba chévere. En ese entonces mi conocimiento por lo chévere y lo no chévere, era casi nulo. Me dijo que no entendía un carajo pero eso a las mujeres les encanta. Apenas terminó me propuso escribirle una carta a una muchachita pelicastaña que le quitaba el sueño. A mi nunca me atrajo aquella jovencita, pero a el se le caía, literalmente, la baba por ella.
Comenzamos aquella paparulada amorosa de quinceañeros. Me entretuve escribiendo cosas poco creíbles como: el amor es eterno y siempre te amaré. Y me reía cada vez que él escribía una palabra rara en mal contexto. En mi mente decía, con desdén, que esa basurita de papel no era digna ni de periódico barato con calata en portada. Era más bien una sonsonada propia de un chistoso y usualmente quejumbroso colegial. Yo quité ciertas cosas que no me parecían y pues gasté la mitad de mi corrector. Al final quedó un texto no tan largo, simple y sin rodeos. Nada sobresaliente. Diciendo cosas medias dulces y romanticonas de esas que no me gustan escribir. A buenas cuentas era un texto mío con otra firma. O sea era una de esas tonterías que suelo escribir.
Jamás dije la verdad. Pues escribí dos o tres de estas cartas. Los escritos estos cumplieron su cometido. Se hicieron enamorados unos meses después. Y la larguirucha y esmirriada jovencita se jactaba de tener un enamorado con dotes de escritor (frustrado claro). Yo reía y tenía en mi mente las palabras escritas en aquellos papelitos doblados en cuatro.
Hoy, seis años después, confieso que era yo quien escribía esas cartas. No tengo temor de terminar una relación ni nada por el estilo ya que ellos terminaron hace aproximadamente dos años y medio. De mi amigo no tengo ni rastros y de aquella mujercita tampoco. Confieso que mentí diciéndole a ella que me parecía interesante que su enamorado escribiera. Confieso que no me perdono el no haber cobrado aunque sea unos 20 soles por cada carta. Confieso que me jodía cada vez que hablaban y le reventaban fuegos artificiales al falso escritor. Espero querida “L” me disculpes por no decir antes la verdad. Fueron cosillas de colegiales. Nunca con mala intención. Siempre con el afán -no mío- de engalanarte y enamorarte con ciertas palabrillas. Si es que alguno de los dos lee este post, espero no escupan en alguna foto mía o me intercepten en la puerta de mi casa con un revolver en la mano.
Estas son dos confesiones ante las leyes y doctrina de los lectores, para que sean analizadas por los mismos. Me pareció oportuno ya que esta semana santa, al igual que las anteriores, no iré a la iglesia ni a confesarme ni a escuchar la misa. Así que, con decencia y buen humor, pueden darme mi penitencia para la absolución de estos dos pecadillos inocentones y quedar con mi conciencia un poco menos percudida de lo que suele estar.
Una moderna forma de confesarse.Confesión. Bunbury y Calamaro.