martes, 28 de octubre de 2008

Bien ochentero él.


Hace unos días en una comida familiar, todos reían y deglutían todo tipo de potajes preparados gracias a la pericia gastronómica que profesan mi señora madre y mis dos abuelas. Mi primo, quien tiene un año y camina cual porfiado alcoholizado, se apareció en el comedor como de sorpresa. Con sus manos pequeñas, jalaba un teléfono de juguete. Dicho aparatito empolvado tiene una cara de payaso, o cierto espécimen parecido, en frente y un sonido peculiar a la hora de marcar los números. Me sorprendió verlo ya que no sabía del paradero de la antigüedad esta. Pensé, inocentemente, que había caído en manos de algún extraño duende de closet o algo por el estilo. Me di cuenta que estaba equivocado. Mi teléfono, con ruedecillas de goma y el señor de la nariz roja y los ojos saltones, aún seguía con vida.

No puedo negar que me dieron ganas de agarrar el auricular, hacer el amago de marcar un número y decir un tonto “¿alo?”. Todas estos deseos por revivir mi infancia se fueron, en cuestión de segundos, al drenaje de mis pisoteadas ilusiones. O sea bien lejos. Mi primo apretó sus dos dientes de leche e hizo fuerza para no darme el juguete. Me miró con cara de pocos amigos y hasta creo que la primera frase que ha dicho en su vida la dijo ese día y en ese mismo instante. Fue un “deja carajo” clarísimo. No me quedó otra que hacer un puchero babosón para ablandar al renacuajo. Intento fallido otra vez. Se escapó con el teléfono y parecía sacarme cachita moviendo el pañal de izquierda a derecha y lanzando carcajadas con pequeños eructitos de calostro añejo. Casi resignado fui a mi cuarto y saqué un muñeco de Garfield para dárselo; pensé que podía cambiarle mi regordete gato naranja por el ‘ring-ring’ aquel. Iluso pensamiento el mío. No aceptaba trueques el mocoso. Ahora si, cansado de tanta insolencia, opté por lo mas sano creo yo: agarrarlo de sus rolludas piernas, ponerlo de cabeza y quitarle (como diría Tula) MI juguete. (Broma)

Se cansó de jugar y la digestión de la leche materna le hacía cerrar los ojos. Aproveché para investigar como iba el teléfono, si había estado bien, si seguía sonando como antes, si aún permitía llamadas de larga distancia y si podía ser utilizado con tarjetas 147 o con un pichiruchiento ‘rin’. Habían pasado más de dos décadas desde que me lo regalaron. Las cosas cambian supongo pero, a pesar del paso del tiempo y las malcriadas polillas, mi juguetillo seguía siendo el mismo de siempre: bien ochentero él. Recordé en unos minutos lo que, creo, fue mi infancia.

He jugado a los Power Rangers, con Hot Wheels, a los taps, a las chapadas, a los encantados, al callejón oscuro, al bingo, monopolio, a las escondidas, a ser cantante de pop moderno, a ser actor de telenovelas mexicanas, al doctor (no erótico), golfito, fulbito de mesa, ping pong, tutti fruti, cucurucho, a la tienda, a la lavanderia, a las guerrillas, a los policías y ladrones, a la oficina, GI Joes, patines y etcétera.

También, desde pequeño, he jugado a querer ser escritor. Aún juego a eso y creo que seguiré haciéndolo. Sin embargo, como todo niño, también tenía esos juegos normales que me hacían ser no tan lorna.

¿Ustedes a qué jugaban?
Con este nuevo post (cortísimo dicho sea de paso) inauguramos la sección 'Las chácharas en borrador'.
Los que deseen pueden apuntarse para futuras ediciones.
Aquí las TREEEEEES partes del primer episodio.
Daniela, Pame y yo conversamos sobre los juegos y juguetes.




domingo, 19 de octubre de 2008

La gripe del cinema.


Es domingo por la noche y ando con un resfrío un tanto incómodo. No tengo idea cuál es la causa de este y tampoco me interesa saberla; lo único que me importa, por ahora, es cerrar este caño abierto que funge de nariz, calmar el lloriqueo de niñita que tienen mis ojos y pues finiquitar violentamente el sonido insano que mi garganta produce cada vez que hablo.

Hoy tenía planeado hacer ciertas cosas acá en mi casa: terminar un trabajo de marketing, avanzar con el argumento de una historia, coordinar algunas cosas para el próximo post y comenzar a hacer un video. Ahora, después de dos dosis de Panadol antigripal, ya no tengo ganas -ni ojos- para ninguna de estas. Lo único que se me ocurrió fue escribir algo que podría publicar en unas pocas horas.

Es que los planes cambian y más aun cuando llegan sin avisar. Ayer, con Pamela, creo que no mostré si quiera un infame moquito travieso en mis fosas nasales; tampoco una tos de marica y mi ánimo quejumbroso pues estaba bien sepultado. No se si en la noche, sonámbulo o acalorado, me despojé de las prendas modositas con las que duermo, en posición fetal y con el dedo pulgar derecho en la boca, y esto trajo en mí un enfriamiento que bien podría ser la causa de mi maldito resfrío. Sinceramente no tengo idea alguna.

Así como hoy, en otras ocasiones me ha tocado cambiar de planes cuando mi salud se veía diezmada por un virus malcriado y confianzudo.

El cambio de hoy fue drástico: no hice nada. Bueno, al decir nada hago referencia a lo que mencioné anteriormente. He estado durmiendo y, envuelto en sábanas como momia, he visto un aburridísimo partido de fútbol; tomé una sopa instantánea, me administré otra dosis de Panadol y volví a ver la que es, sin duda alguna, mi película favorita: Cinema Paradiso.

(…)

Mis padres están en la sala de mi casa, comiendo algunas cosillas para matar el hambre, tomando gaseosa y viendo una película en la que Jennifer Lopez pelea como profesional y lanza patadas misma karateca furiosa. No tengo idea como se llama el largometraje pero no me provoca verlo.

Llego arrastrándome a la sala y veo que están atentos al televisor. Voy a la cocina a preparar una sopa instantánea y escucho los alaridos de JLo y sus arrebatados puñetazos pegando en el rostro de un baboso que se deja golpear fácilmente.

Llevo mi plato de sopa a la sala y me siento en un sillón; los fideos están un tanto calientes y el caldo (sabor a gallina) también. La cuchara nada entre los tallarincitos lánguidos y mi tos va aminorando a medida que ingiero el líquido tibio y salado.

Ya con el plato vacío y Jennifer victoriosa, les propongo ver una película. Otra. Mi padre me pregunta si aún tengo ese DVD del que tanto le he hablado.

-¿Tienes esa película que te gusta? Esa antigua… italiana
-¡Ah! ¡Cinema Paradiso!- digo casi sin voz- Claro que sí. La traigo ahora mismo.

Mi madre está cambiando de canales sin ver algo en especial. Se queda viendo algo que creo es un remedo a Indiana Jones o algo similar. Yo, con cautela, abro el reproductor de DVD y pongo el disco de Cinema Paradiso. Lo dejo puesto ya que aún, mi hermana y mi padre, están en la cocina, preparando el almuerzo dominguero que toca deglutir. Aún estando en un sillón, me quedo profundamente dormido y pierdo la concepción del tiempo y espacio.

Después de unos –muchos- minutos, me despierto.

No veo ya a nadie en la sala. Todos están en la cocina y el DVD sigue en stop. La televisión muestra a una niña gringa cantando no se que pachotada y saltando como escaldada.

Me dan el visto bueno para darle play al reproductor. Todos están listos. Mi madre duerme en uno de los sillones.

Comienza la película. La banda sonora me enamora cada vez que la escucho. No es la primera vez que la disfruto.

Las escenas hacen que pierda un poco el sentido del resfrío, me dejo engatusar por Tornatore y creo en todo lo que muestra su obra. Ennio Morricone, como siempre, me hace botar una lágrima congelada.

(…)

Los cambios de planes por problemas de salud siempre son raros creo. Esta vez debo agradecer al resfriado que tengo por haber cambiado mis planes. Las lágrimas de gripe que usualmente son feas y sin sentido alguno, fueron cambiadas por una gustosa lagrimilla cinéfila.

Mi forma de ver los estragos de un pasajero mal de salud ha cambiado para bien. Esperaré tranquilo a que en las próximas horas este flujo nasal vaya disminuyendo y mi tos desaparezca por completo.

Ahora, en otras ocasiones en las que me ataque algún maldito virus y no pueda seguir con mis deberes, prometo cambiar de planes y esperar que, quizás, por ahí aparezca una gustosa lágrima de cinema.
CINEMA PARADISO.
EXTRAORDINARIA PELÍCULA. RECOMIENDO LA VEAN.
EL SOUNDTRACK POR ENNIO MORRICONE. SIMPLEMENTE ESPECTACULAR.

domingo, 5 de octubre de 2008

¿Cómo estamos hoy?


No estoy seguro si les debo una explicación o no. Creo que mi desidia para con el blog en estos meses ha sido solamente por estar metido en otros quehaceres que pues, por los avatares de los mismos, me impidieron escribir ciertas paparuladas que pasan –y pasarán siempre- en los días anticuados y cuadriculados que usualmente me tocan vivir.

De lo que estoy seguro es que extrañaba, de modo casi maternal, escribir en el espacio tecnológico este. Sí. Pasa que he estado inmiscuido en talleres que, por su propio contenido, me alejaban del estilo híbrido que practico en Modo Borrador.

¿Qué he estado haciendo? ¿Cómo estamos hoy? Pues igual.

Regresé a la Universidad de Lima, a la facultad de marketing. No pude matricularme en el instituto Orson Welles este ciclo ya que los horarios energúmenos me lo impedían.

Comencé -y ya terminé- un taller de creación literaria, el cual era dictado por la espectacular, formidable, increíble, genial, extraordinaria y espectacular, Carmen Ollé. Fueron ocho semanas de clases y de aprender aquellos truquillos que la narrativa propone, conversar sobre estilos, escribir nuestros cuentos y leerlos (criticarlos también). Conocí gente muy simpática. Escritores de unas cuantas novelas, de cuentos, poetas y otros bloggers que pretenden ser escritores. (Abajo verán una muestra del cuento)

Unas semanas después de aquel taller, comencé otro: Taller de poesía. Con el espectacular, formidable, increíble, genial, extraordinario y espectacular, Carlos López Degregori. El género literario poético siempre me interesó. Desde pequeño escribía algunos textos que, según yo, eran poemas. Hace algún tiempo –varios años en realidad- me di cuenta que distaban mucho de serlos. Es por eso que, con algo de miedo, presenté un poemario para los juegos florales de la universidad. En aquel compendio de poemitas pichiruchientos de este poetastro, pretendo mostrar ciertos lugares y ciertos comportamientos ajenos a mi propio ser. Por ahí deduzcan el nombre. (Abajo verán un poema que no fue incluido en el poemario, pero va con el estilo)

No olvido los comentarios que dejaron algunos y no los puse por resultar un tanto repetitivos. No quería pecar de sonso y publicar todos aquellos que preguntaban por qué coño no escribía en el blog. Es por eso que imploro y suplico perdón a todos y todas que no vieron su comentario publicado. Gracias, mas bien, a Pepe, Mafer, Victor, Lejano, Yo misma, Ferdinando, Lobo, Andrea, Ano-nimo (chistosísimo comentario y nick), Jaime, Noiz y Marix cris. Creo que no olvido a nadie, tampoco son muchos como para no recordarlos.

Con esto quiero relanzar el blog Modo Borrador y que este sea mejor que antes. Vienen sorpresas (créanme por favor, que ni mi madre ni mi enamorada lo hacen).



CUENTO:

ESCENARIO DE ASFALTO

El semáforo cambia a rojo y es hora de trabajar. Se alista la función de las cuatro de la tarde. La vigésimo segunda actuación del día. Los malabaristas se han puesto en posiciones estratégicas. La señora de las gaseosas ha sacado dos botellas para ofrecerlas a los potenciales clientes. Manuel, el menor del elenco, observa la fila de carros en un segundo. No es muy larga. No es hora punta. Camina hacia el medio de la pista con una bolsa de caramelos antiguos, melosos y quizás podridos. Sabe que a nadie se le ocurriría coger un dulce de aquel trozo de plástico mal envuelto. Es tan sólo una forma de excusar su presencia en aquel circo de asfalto, en aquella guerra por las esquinas, en aquel lugar donde no gana el más fuerte sino aquel que se sabe triste y penoso.

Mientras pasa por el primer carro se acomoda el pantalón con la mano derecha. Con la izquierda lleva todo su capital. Rápidamente observa un auto moderno de color azul. En su mente piensa que debe ser italiano o alemán. Que es muy veloz, que ha costado más que toda la plata del mundo y que quien lo maneja debe ser un semidiós.

Se acerca a la ventana del copiloto y ve a una niña como de su edad. Quizás tenga ocho o nueve años. Tiene cabellos rubios, ojos pardos, la piel blanca, las mejillas rojizas y una bolsa pequeña de colores fosforescentes en sus faldas. Manuel imagina que se debe llamar Britney, Hillary o Ashlee. Le enseñaron que esos son nombres de ‘gringas’ y que estas saben hablar dos o tres idiomas aparte del español.

Comienza a cantar un huayno que le enseñó su tío Ezequiel. No sabe bien la letra y recurre a inventarse algunas palabras en el acto. La niña lo mira sorprendida, como si fuera un ser de otro planeta, como si le tuviera algo de compasión, como extrañada por ver a un trabajador de nueve años. Manuel tiene las manos hacia abajo, la bolsa de golosinas apretada por su axila izquierda y los ojos mirando a un punto fijo que ni él sabe que es.

Sigue cantando y el padre de la niña se da cuenta de esto. El señor está sentado en su imponente asiento de cuero, con las manos firmes en el volante y el cabello blanco peinado impecablemente. Voltea la cabeza hacia su derecha para ver al niño. Trata de mirarlo a los ojos pero el cantor ambulante sigue con la mirada fija en un punto desconocido. Ni se inmuta que lo están viendo. Sólo entona las melancólicas palabras de la única canción de su repertorio. La niña baja la ventana y, por encargo de su padre, le obsequia un pan relleno de crema de chocolate. Acaban de recoger los entremeses para el cumpleaños de un amigo de la familia y les parece acertado darle algo de comer al niño. Les da pena ver su rostro pequeño, algo sucio y con los labios resecos.

Manuel se demora en recibir el pan. Está como indeciso. Como dudando si lo recibe o no. Sigue con las manos hacia abajo y hace ligeros movimientos. Quita la mirada del punto fijo desconocido y mira el potaje exquisito que le están ofreciendo. La barriga le suena, los labios se le adormecen de hambre y ya ni canta el huayno, simplemente lo tararea lentamente como hipnotizado.

Estira el brazo derecho con algo de retardo, el izquierdo lo mantiene hacia abajo. Sigue moviéndolo cuidadosamente y con una misteriosa fuerza. Recibe el pan envuelto en un cuadrado de servilleta con figuras de elefantes azules y cuadros celestes. El señor de pelo blanco le dice que lo disfrute. Le recomienda que estudie y que se comporte bien. Manuel mira hacia abajo como avergonzado. Mete su mano izquierda al bolsillo de su pantalón. Piensa en decir gracias o en mostrar una sonrisa. No lo hace. Camina hacia la vereda casi robotizado.

El semáforo cambia a verde. El padre, mientras maneja, le dice a su hija que acaba de hacer una buena obra. Le enseña que hay gente que necesita de algunas cosas que a ellos les sobran. La niña lo mira sorprendida y como pensando en los juguetes que tendrá Manuel en su casa. Si vivirá con sus padres o en la calle, entre cartones y periódicos como vio en un reportaje en la televisión.

Manuel está sentado en la vereda y empieza a devorar el regalo comestible que le han dado. Comienza a sonreír. Le cambia la cara y pone una expresión de risa traviesa. Saca del bolsillo izquierdo de su pantalón un accesorio del carro azul. Una luz que indica que el auto va a hacer un giro hacia la derecha. Un pequeño plástico naranja con un foco pequeño dentro. Tiene una habilidad para extraer aquella pieza en solo unos segundos. Piensa que le darán unos tres o cuatro soles por su nueva adquisición. Piensa en comprar unos dulces que vio en la carretilla de Don Mateo. Espera no tener que encontrarse con un policía más tarde. Espera comer algo más por ahí.

Termina en medio minuto el pan dulce que le regalaron. Se para y recuerda aquella canción que dice que la calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, ¡cómo no! Mira el semáforo en ámbar, recoge la bolsa de caramelos, se despeina un poco y vuelve a poner un rostro de pena inimitable.


El semáforo cambia a rojo. Manuel cruza la pista, divisa que el primer carro es un taxi y el que lo maneja tiene cara de pocos amigos. Repasa en un segundo su repertorio. Camina con cansancio. Tiene una expresión de tristeza. Divisa un carro negro. Se acerca a la ventana del copiloto y comienza a cantar.




POEMAS:

VIAJE.
He visto
jaguares nocturnos
perforando el aire con plegarias rabiosas.
Burlar lo negro
con aliento agónico
y lamiendo el suelo siniestro.
Llego hacia ellos.
Las ventanas cerradas
y aquellas fijaciones de visión sin ojos.
Son todos.

Dos deseos
pretenden ser el drenaje furtivo
y prohibido.
Las manos corroídas por una verdad lejana.
El cuerpo energúmeno
de una ciudad sin luz.
Temores en cuadros fotográficos.
Oraciones a cicatrices y a rumores.
Un estruendo.
Un grito.


DESPUÉS
El surgir de una gota
Fijando el ritmo
con cautela
con algo de tiempo.
Las pieles frías
y azules
con el sentido tenue
del oxigeno difuminado.
Sentir el humo tinto rayando uñas
labios cabello
nuca espalda
piernas.

Con brasas
de una metáfora visual
Intentando ser algo entre los escaques
Atacando con rudimentos
que nunca nacieron.
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