No estoy seguro si les debo una explicación o no. Creo que mi desidia para con el blog en estos meses ha sido solamente por estar metido en otros quehaceres que pues, por los avatares de los mismos, me impidieron escribir ciertas paparuladas que pasan –y pasarán siempre- en los días anticuados y cuadriculados que usualmente me tocan vivir.
De lo que estoy seguro es que extrañaba, de modo casi maternal, escribir en el espacio tecnológico este. Sí. Pasa que he estado inmiscuido en talleres que, por su propio contenido, me alejaban del estilo híbrido que practico en Modo Borrador.
¿Qué he estado haciendo? ¿Cómo estamos hoy? Pues igual.
Regresé a la Universidad de Lima, a la facultad de marketing. No pude matricularme en el instituto Orson Welles este ciclo ya que los horarios energúmenos me lo impedían.
Comencé -y ya terminé- un taller de creación literaria, el cual era dictado por la espectacular, formidable, increíble, genial, extraordinaria y espectacular, Carmen Ollé. Fueron ocho semanas de clases y de aprender aquellos truquillos que la narrativa propone, conversar sobre estilos, escribir nuestros cuentos y leerlos (criticarlos también). Conocí gente muy simpática. Escritores de unas cuantas novelas, de cuentos, poetas y otros bloggers que pretenden ser escritores. (Abajo verán una muestra del cuento)
Unas semanas después de aquel taller, comencé otro: Taller de poesía. Con el espectacular, formidable, increíble, genial, extraordinario y espectacular, Carlos López Degregori. El género literario poético siempre me interesó. Desde pequeño escribía algunos textos que, según yo, eran poemas. Hace algún tiempo –varios años en realidad- me di cuenta que distaban mucho de serlos. Es por eso que, con algo de miedo, presenté un poemario para los juegos florales de la universidad. En aquel compendio de poemitas pichiruchientos de este poetastro, pretendo mostrar ciertos lugares y ciertos comportamientos ajenos a mi propio ser. Por ahí deduzcan el nombre. (Abajo verán un poema que no fue incluido en el poemario, pero va con el estilo)
No olvido los comentarios que dejaron algunos y no los puse por resultar un tanto repetitivos. No quería pecar de sonso y publicar todos aquellos que preguntaban por qué coño no escribía en el blog. Es por eso que imploro y suplico perdón a todos y todas que no vieron su comentario publicado. Gracias, mas bien, a Pepe, Mafer, Victor, Lejano, Yo misma, Ferdinando, Lobo, Andrea, Ano-nimo (chistosísimo comentario y nick), Jaime, Noiz y Marix cris. Creo que no olvido a nadie, tampoco son muchos como para no recordarlos.
Con esto quiero relanzar el blog Modo Borrador y que este sea mejor que antes. Vienen sorpresas (créanme por favor, que ni mi madre ni mi enamorada lo hacen).
CUENTO:
ESCENARIO DE ASFALTO
El semáforo cambia a rojo y es hora de trabajar. Se alista la función de las cuatro de la tarde. La vigésimo segunda actuación del día. Los malabaristas se han puesto en posiciones estratégicas. La señora de las gaseosas ha sacado dos botellas para ofrecerlas a los potenciales clientes. Manuel, el menor del elenco, observa la fila de carros en un segundo. No es muy larga. No es hora punta. Camina hacia el medio de la pista con una bolsa de caramelos antiguos, melosos y quizás podridos. Sabe que a nadie se le ocurriría coger un dulce de aquel trozo de plástico mal envuelto. Es tan sólo una forma de excusar su presencia en aquel circo de asfalto, en aquella guerra por las esquinas, en aquel lugar donde no gana el más fuerte sino aquel que se sabe triste y penoso.
Mientras pasa por el primer carro se acomoda el pantalón con la mano derecha. Con la izquierda lleva todo su capital. Rápidamente observa un auto moderno de color azul. En su mente piensa que debe ser italiano o alemán. Que es muy veloz, que ha costado más que toda la plata del mundo y que quien lo maneja debe ser un semidiós.
Se acerca a la ventana del copiloto y ve a una niña como de su edad. Quizás tenga ocho o nueve años. Tiene cabellos rubios, ojos pardos, la piel blanca, las mejillas rojizas y una bolsa pequeña de colores fosforescentes en sus faldas. Manuel imagina que se debe llamar Britney, Hillary o Ashlee. Le enseñaron que esos son nombres de ‘gringas’ y que estas saben hablar dos o tres idiomas aparte del español.
Comienza a cantar un huayno que le enseñó su tío Ezequiel. No sabe bien la letra y recurre a inventarse algunas palabras en el acto. La niña lo mira sorprendida, como si fuera un ser de otro planeta, como si le tuviera algo de compasión, como extrañada por ver a un trabajador de nueve años. Manuel tiene las manos hacia abajo, la bolsa de golosinas apretada por su axila izquierda y los ojos mirando a un punto fijo que ni él sabe que es.
Sigue cantando y el padre de la niña se da cuenta de esto. El señor está sentado en su imponente asiento de cuero, con las manos firmes en el volante y el cabello blanco peinado impecablemente. Voltea la cabeza hacia su derecha para ver al niño. Trata de mirarlo a los ojos pero el cantor ambulante sigue con la mirada fija en un punto desconocido. Ni se inmuta que lo están viendo. Sólo entona las melancólicas palabras de la única canción de su repertorio. La niña baja la ventana y, por encargo de su padre, le obsequia un pan relleno de crema de chocolate. Acaban de recoger los entremeses para el cumpleaños de un amigo de la familia y les parece acertado darle algo de comer al niño. Les da pena ver su rostro pequeño, algo sucio y con los labios resecos.
Manuel se demora en recibir el pan. Está como indeciso. Como dudando si lo recibe o no. Sigue con las manos hacia abajo y hace ligeros movimientos. Quita la mirada del punto fijo desconocido y mira el potaje exquisito que le están ofreciendo. La barriga le suena, los labios se le adormecen de hambre y ya ni canta el huayno, simplemente lo tararea lentamente como hipnotizado.
Estira el brazo derecho con algo de retardo, el izquierdo lo mantiene hacia abajo. Sigue moviéndolo cuidadosamente y con una misteriosa fuerza. Recibe el pan envuelto en un cuadrado de servilleta con figuras de elefantes azules y cuadros celestes. El señor de pelo blanco le dice que lo disfrute. Le recomienda que estudie y que se comporte bien. Manuel mira hacia abajo como avergonzado. Mete su mano izquierda al bolsillo de su pantalón. Piensa en decir gracias o en mostrar una sonrisa. No lo hace. Camina hacia la vereda casi robotizado.
El semáforo cambia a verde. El padre, mientras maneja, le dice a su hija que acaba de hacer una buena obra. Le enseña que hay gente que necesita de algunas cosas que a ellos les sobran. La niña lo mira sorprendida y como pensando en los juguetes que tendrá Manuel en su casa. Si vivirá con sus padres o en la calle, entre cartones y periódicos como vio en un reportaje en la televisión.
Manuel está sentado en la vereda y empieza a devorar el regalo comestible que le han dado. Comienza a sonreír. Le cambia la cara y pone una expresión de risa traviesa. Saca del bolsillo izquierdo de su pantalón un accesorio del carro azul. Una luz que indica que el auto va a hacer un giro hacia la derecha. Un pequeño plástico naranja con un foco pequeño dentro. Tiene una habilidad para extraer aquella pieza en solo unos segundos. Piensa que le darán unos tres o cuatro soles por su nueva adquisición. Piensa en comprar unos dulces que vio en la carretilla de Don Mateo. Espera no tener que encontrarse con un policía más tarde. Espera comer algo más por ahí.
Termina en medio minuto el pan dulce que le regalaron. Se para y recuerda aquella canción que dice que la calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, ¡cómo no! Mira el semáforo en ámbar, recoge la bolsa de caramelos, se despeina un poco y vuelve a poner un rostro de pena inimitable.
El semáforo cambia a rojo. Manuel cruza la pista, divisa que el primer carro es un taxi y el que lo maneja tiene cara de pocos amigos. Repasa en un segundo su repertorio. Camina con cansancio. Tiene una expresión de tristeza. Divisa un carro negro. Se acerca a la ventana del copiloto y comienza a cantar.
POEMAS:
VIAJE.
He visto
jaguares nocturnos
perforando el aire con plegarias rabiosas.
Burlar lo negro
con aliento agónico
y lamiendo el suelo siniestro.
Llego hacia ellos.
Las ventanas cerradas
y aquellas fijaciones de visión sin ojos.
Son todos.
Dos deseos
pretenden ser el drenaje furtivo
y prohibido.
Las manos corroídas por una verdad lejana.
El cuerpo energúmeno
de una ciudad sin luz.
Temores en cuadros fotográficos.
Oraciones a cicatrices y a rumores.
Un estruendo.
Un grito.
DESPUÉS
El surgir de una gota
Fijando el ritmo
con cautela
con algo de tiempo.
Las pieles frías
y azules
con el sentido tenue
del oxigeno difuminado.
Sentir el humo tinto rayando uñas
labios cabello
nuca espalda
piernas.
Con brasas
de una metáfora visual
Intentando ser algo entre los escaques
Atacando con rudimentos
que nunca nacieron.