Quizás... quizás... quizás.
Durante toda esta semana he estado recolectando información importante e invalorable. En estos días, de goleadas y Eurocopa, anduve preguntando a distintas jovencitas veinteañeras, de diferentes formas de pensar y distinto actuar, sobre que les merecía el post publicado hace dos semanas: ‘Cosas de hombres’. Pasado el tramite del desahogo feminista y los adjetivos peyorativos hacia el blogger, comencé lo que, sin un ápice de desgano y desidia, sería la respuesta a aquellas líneas infames que bien merecen la réplica de estas damas en son de lucha.
Pamela, Andrea y Sandra, al más puro estilo Sex & The City, me contaron las indóciles e incomprensivas maneras de actuar de nosotros los hombres, frente a ciertas particularidades femeninas y lo poco astutos que somos para persuadirlas en situaciones peculiares y de temer.
Creo que, con este post, mi permanencia en el club de los machos que se respetan y las ganas que tengo de pertenecer a las filas de los soldados misóginos empedernidos, se pueden ver afectadas para mal. Esto me importa poco ya que, con certera convicción, pienso que la parcialidad es un tanto incomoda y hasta inestable. Por eso, me parece correcto y saludable darles una tribuna libre a algunas jovencitas y que con esto puedan alegar un sinfín de ponzoñosas teorías en su defensa.
La investigación científica comenzó con preguntas totalmente inocuas y súper inocentes ¿Qué crees que los hombres no entienden de las mujeres? ¿Qué te resulta detestable de los mismos? Apunté, cual estudiante colegial en su tediosa tarea, las cosas que me decían y recomendaban. No puse observación alguna ni quise fomentar la discusión por mi distinta forma de pensar en algunos de sus argumentos. Simplemente me limité a escuchar, apuntar y ahora a publicar, estas ideas femeninas y responderles con un dubitativo ‘quizás… quizás… quizás‘.
La primera palabra que llegó a mis oídos fue: fútbol. Me narraron con lujos y detalles que tan irritante puede ser la afición a este deporte por algunos de nosotros. Argumentan que cuando están con enamorados y a estos les fascina el deporte, ciertos fines de semana se ven relegados e inducidos a la sala de la casa y ver el encuentro entre 22 primates corriendo tras un balón. Dicen, también, que no entendemos que a ellas no les interesa mucho el juego en esencia, sino que les molesta e incomoda lo orates y energúmenos que nos podemos poner por un enfrentamiento que, en principio, es un show. La situación se agrava cuando, sin estar en campeonato o competición, ciertos días de la semana se frecuenta alguna cancha o loza deportiva en búsqueda de lo sano de hacer deporte. Dicen ellas que, nosotros, no entendemos que jugar las pichangas acostumbradas no es como ir a misa, ni como almorzar o ir a trabajar, es un hobby que bien puede dejarse de lado en algunas ocasiones.
Algo que me sugirieron con ímpetu, es la falta de tino para referirse a ciertos temas candentes. En mi búsqueda de la verdad y en la investigación casi periodística, me dieron a entender que no comprendemos que debemos guardar cierta mesura a la hora de hablar sobre nuestra vida privada y, sobre todo, amorosa. Que no entendemos que resulta chabacano, y siempre vulgar, el acto de narrar, con gesticulaciones y poses poco decentes, una jornada amatoria con alguna amiguilla recién conocida y ya estrenada en los avatares del ring de las cuatro perillas. No comprendemos que diciendo que somos unos ‘tigres’ en la cama y que nuestra técnica es incomparable, lo único que ganamos es quedar como unos paparulos y que a ellas se les venga a la mente, la frase octogenaria aquella que dice: ‘Perro que ladra, no muerde’. La frase textual fue: “¿Cuándo entenderán, hombres, que callados están mejor?”
Me asaltan con ideas maliciosas a más no poder. Me han contado un sinfín de anécdotas con sus novios, amigos y conocidos. No me he sentido identificado con ninguna y sigo respondiendo con, gran asombro: quizás… quizás… quizás.
Siguen con la lanzadera de teorías y llegan a cosas que son, a mi parecer, peligrosas en todo sentido. Les pregunté sobre la ceremonia que implica en ellas el arreglarse, maquillarse y llenarse de trapos de moda. Otra vez yo, cual birrioso macho, me quedé boquiabierto por las insinuaciones de verdades femeninas: ‘Es que ustedes hombres no nos entienden. Para salir debemos arreglarnos y ponernos como unas muñecas. La coquetería es muy femenina y no es solo cuestión de autoestima, sino también una ligera competencia entre nosotras mismas’. Otra frase celebre en este aspecto fue: ‘Cuando un hombre sale a una fiesta o a una reunión, no tan arreglado, con su vestimenta simple, pues pasa desapercibido. Sin embargo, si una mujer se muestra en sociedad simplona y desgreñada, pues se le puede lapidar como aburrida, poco coqueta y también poco femenina’.
Me mostraron una hipótesis que se maneja entre algunas damas veinteañeras. Resulta que estas desleales señoritas se ríen, burlan y tejen bromas de toda índole cuando a los hombres se les ocurre hablar del largo y grosor de su miembro viril. Lo que es peor: están cansadas de responder a la pregunta tan incomoda que pretende aclarar si el tamaño importa o no. Me sugirieron, con el tesón que implica el caso, que a estas señoritas, mas que las medidas, les importa que tanto un hombre pueda entender sus pensamientos en momentos íntimos, que tenga claro que no todo tiene que ser monótono y que si ellas se atreven a cosas distintas, nosotros también deberíamos pensar en hacerlo.
Entre las cosas que me recriminaban estaban las incontables veces que se han roto el cerebro tratando de entender nuestra ambigüedad a la hora de responder preguntas directas y fáciles. Su punto de vista resulta ser que los indecisos frente a las situaciones de relaciones de pareja y formales, somos nosotros, los varoncitos de la película. Me tratan de convencer que los miedosos para el compromiso, somos nosotros. Que los que no se atreven a más, somos los hombres. Que los que nunca quieren dar el primer paso y lanzarse a la piscina, con o sin agua, pues sin duda somos los masculinos personajes del cuento moderno.
Estas fueron una de las tantas cosas que me han dicho. Palabras dirigidas cuales misiles. Que no las entendemos cuando están en sus días rojos. Que somos unos cerdos a la hora de comer. Que no podemos aceptar que otro hombre es simpático y respondemos con frases poco entendibles como ‘Sí, tiene su pepa el pata’. Que nuestro pasado quedó en el pasado y no hay nada más cercano que nuestro presente. Que nuestro floro es barato y a ellas le resulta fácil descifrar las mañas de los insurgentes pretendientes. Que lo que pensamos los hombres les interesa poco y que ellas ya no se molestan en tratar de entendernos, porque para entender lo inefable, hay que tener tiempo y tiempo para pensar en nosotros ya no tienen.
Creo que ya mi membresía en el club de los machos que se respetan, a estas alturas, debe estar siendo cancelada y puesta en cuarentena. Las versiones de estas tres señoritas han sido vertidas castizamente por este poco creible blogger. No es que pertenezca a un bando y me quiera pasar al otro. Tampoco pretendo motivar y dar arengas como la loca, y ahora barrigona, de Miguel Bosé, y decir ‘Que vivan las mujeres’. He buscado, únicamente, digerir el tema desde otro punto de vista. Me gustaría recibir sus opiniones y comentarios. Por mi lado, mis pensamientos, me los guardaré para algún futuro, y también infame, post malcriado y recriminador. Por ahora, sobre estas teorías de las tres mosqueteras, diré que: Quizás tengan razón. Quizás… quizás… quizás.
[MENTES PELIGROSAS. LAS MUJERES Y SUS PENSAMIENTOS. ESA ÚLTIMA FRASE SI QUE DUELE EHH.]
[LA CANCIÓN QUE DA NOMBRE AL POST.] [NO SIEMPRE RESPONDEMOS: 'QUIZÁS... QUIZÁS... QUIZÁS.]