domingo, 22 de junio de 2008

Quizás... quizás... quizás.



Durante toda esta semana he estado recolectando información importante e invalorable. En estos días, de goleadas y Eurocopa, anduve preguntando a distintas jovencitas veinteañeras, de diferentes formas de pensar y distinto actuar, sobre que les merecía el post publicado hace dos semanas: ‘Cosas de hombres’. Pasado el tramite del desahogo feminista y los adjetivos peyorativos hacia el blogger, comencé lo que, sin un ápice de desgano y desidia, sería la respuesta a aquellas líneas infames que bien merecen la réplica de estas damas en son de lucha.

Pamela, Andrea y Sandra, al más puro estilo Sex & The City, me contaron las indóciles e incomprensivas maneras de actuar de nosotros los hombres, frente a ciertas particularidades femeninas y lo poco astutos que somos para persuadirlas en situaciones peculiares y de temer.

Creo que, con este post, mi permanencia en el club de los machos que se respetan y las ganas que tengo de pertenecer a las filas de los soldados misóginos empedernidos, se pueden ver afectadas para mal. Esto me importa poco ya que, con certera convicción, pienso que la parcialidad es un tanto incomoda y hasta inestable. Por eso, me parece correcto y saludable darles una tribuna libre a algunas jovencitas y que con esto puedan alegar un sinfín de ponzoñosas teorías en su defensa.

La investigación científica comenzó con preguntas totalmente inocuas y súper inocentes ¿Qué crees que los hombres no entienden de las mujeres? ¿Qué te resulta detestable de los mismos? Apunté, cual estudiante colegial en su tediosa tarea, las cosas que me decían y recomendaban. No puse observación alguna ni quise fomentar la discusión por mi distinta forma de pensar en algunos de sus argumentos. Simplemente me limité a escuchar, apuntar y ahora a publicar, estas ideas femeninas y responderles con un dubitativo ‘quizás… quizás… quizás‘.

La primera palabra que llegó a mis oídos fue: fútbol. Me narraron con lujos y detalles que tan irritante puede ser la afición a este deporte por algunos de nosotros. Argumentan que cuando están con enamorados y a estos les fascina el deporte, ciertos fines de semana se ven relegados e inducidos a la sala de la casa y ver el encuentro entre 22 primates corriendo tras un balón. Dicen, también, que no entendemos que a ellas no les interesa mucho el juego en esencia, sino que les molesta e incomoda lo orates y energúmenos que nos podemos poner por un enfrentamiento que, en principio, es un show. La situación se agrava cuando, sin estar en campeonato o competición, ciertos días de la semana se frecuenta alguna cancha o loza deportiva en búsqueda de lo sano de hacer deporte. Dicen ellas que, nosotros, no entendemos que jugar las pichangas acostumbradas no es como ir a misa, ni como almorzar o ir a trabajar, es un hobby que bien puede dejarse de lado en algunas ocasiones.

Algo que me sugirieron con ímpetu, es la falta de tino para referirse a ciertos temas candentes. En mi búsqueda de la verdad y en la investigación casi periodística, me dieron a entender que no comprendemos que debemos guardar cierta mesura a la hora de hablar sobre nuestra vida privada y, sobre todo, amorosa. Que no entendemos que resulta chabacano, y siempre vulgar, el acto de narrar, con gesticulaciones y poses poco decentes, una jornada amatoria con alguna amiguilla recién conocida y ya estrenada en los avatares del ring de las cuatro perillas. No comprendemos que diciendo que somos unos ‘tigres’ en la cama y que nuestra técnica es incomparable, lo único que ganamos es quedar como unos paparulos y que a ellas se les venga a la mente, la frase octogenaria aquella que dice: ‘Perro que ladra, no muerde’. La frase textual fue: “¿Cuándo entenderán, hombres, que callados están mejor?”

Me asaltan con ideas maliciosas a más no poder. Me han contado un sinfín de anécdotas con sus novios, amigos y conocidos. No me he sentido identificado con ninguna y sigo respondiendo con, gran asombro: quizás… quizás… quizás.

Siguen con la lanzadera de teorías y llegan a cosas que son, a mi parecer, peligrosas en todo sentido. Les pregunté sobre la ceremonia que implica en ellas el arreglarse, maquillarse y llenarse de trapos de moda. Otra vez yo, cual birrioso macho, me quedé boquiabierto por las insinuaciones de verdades femeninas: ‘Es que ustedes hombres no nos entienden. Para salir debemos arreglarnos y ponernos como unas muñecas. La coquetería es muy femenina y no es solo cuestión de autoestima, sino también una ligera competencia entre nosotras mismas’. Otra frase celebre en este aspecto fue: ‘Cuando un hombre sale a una fiesta o a una reunión, no tan arreglado, con su vestimenta simple, pues pasa desapercibido. Sin embargo, si una mujer se muestra en sociedad simplona y desgreñada, pues se le puede lapidar como aburrida, poco coqueta y también poco femenina’.

Me mostraron una hipótesis que se maneja entre algunas damas veinteañeras. Resulta que estas desleales señoritas se ríen, burlan y tejen bromas de toda índole cuando a los hombres se les ocurre hablar del largo y grosor de su miembro viril. Lo que es peor: están cansadas de responder a la pregunta tan incomoda que pretende aclarar si el tamaño importa o no. Me sugirieron, con el tesón que implica el caso, que a estas señoritas, mas que las medidas, les importa que tanto un hombre pueda entender sus pensamientos en momentos íntimos, que tenga claro que no todo tiene que ser monótono y que si ellas se atreven a cosas distintas, nosotros también deberíamos pensar en hacerlo.

Entre las cosas que me recriminaban estaban las incontables veces que se han roto el cerebro tratando de entender nuestra ambigüedad a la hora de responder preguntas directas y fáciles. Su punto de vista resulta ser que los indecisos frente a las situaciones de relaciones de pareja y formales, somos nosotros, los varoncitos de la película. Me tratan de convencer que los miedosos para el compromiso, somos nosotros. Que los que no se atreven a más, somos los hombres. Que los que nunca quieren dar el primer paso y lanzarse a la piscina, con o sin agua, pues sin duda somos los masculinos personajes del cuento moderno.

Estas fueron una de las tantas cosas que me han dicho. Palabras dirigidas cuales misiles. Que no las entendemos cuando están en sus días rojos. Que somos unos cerdos a la hora de comer. Que no podemos aceptar que otro hombre es simpático y respondemos con frases poco entendibles como ‘Sí, tiene su pepa el pata’. Que nuestro pasado quedó en el pasado y no hay nada más cercano que nuestro presente. Que nuestro floro es barato y a ellas le resulta fácil descifrar las mañas de los insurgentes pretendientes. Que lo que pensamos los hombres les interesa poco y que ellas ya no se molestan en tratar de entendernos, porque para entender lo inefable, hay que tener tiempo y tiempo para pensar en nosotros ya no tienen.

Creo que ya mi membresía en el club de los machos que se respetan, a estas alturas, debe estar siendo cancelada y puesta en cuarentena. Las versiones de estas tres señoritas han sido vertidas castizamente por este poco creible blogger. No es que pertenezca a un bando y me quiera pasar al otro. Tampoco pretendo motivar y dar arengas como la loca, y ahora barrigona, de Miguel Bosé, y decir ‘Que vivan las mujeres’. He buscado, únicamente, digerir el tema desde otro punto de vista. Me gustaría recibir sus opiniones y comentarios. Por mi lado, mis pensamientos, me los guardaré para algún futuro, y también infame, post malcriado y recriminador. Por ahora, sobre estas teorías de las tres mosqueteras, diré que: Quizás tengan razón. Quizás… quizás… quizás.

[MENTES PELIGROSAS. LAS MUJERES Y SUS PENSAMIENTOS. ESA ÚLTIMA FRASE SI QUE DUELE EHH.]


[LA CANCIÓN QUE DA NOMBRE AL POST.] [NO SIEMPRE RESPONDEMOS: 'QUIZÁS... QUIZÁS... QUIZÁS.]

lunes, 16 de junio de 2008

Equipo de padres.


En el 1992, con cinco inocentes años de edad, ingresé al colegio San Agustín de Lima. Desde ese entonces, haciendo cálculos matemáticos no tan complicados, la promoción adquirió el nombre de ‘Centenario’ ya que en el 2003 terminaríamos los estudios escolares y la escuela cumpliría 100 años de creación.

Ese mismo año, al igual que los anteriores, se convocó a los padres de familia de los recién ingresados a hacer una especie de prueba deportiva. Se acercaron los que, ilusa o acertadamente, pensaban que tenían cierta capacidad para el fútbol y los pulmones suficientes para correr tras un balón por más de media hora. Se juntaron cuarentones, treintones y quizás uno que otro cincuentón consumidor de maca. Entrenaron, corrieron, jugaron, se conocieron. Formaron el equipo de padres de familias de la promoción. Formaron lo que hoy se denomina febrilmente ‘el equipo de los tíos’. Formaron ‘Centenario’.

Creo que mi padre, fanático del fútbol, ese año no sabía del equipo y tampoco del grupo humano formado. Yo, aún con cinco años, tampoco tenía idea alguna de las peripecias de aquellos padres deportistas. Es recién en 1993 que, con las ganas del muchachito futbolero que era y aún es, mi padre comienza los arduos entrenamientos con el equipo de los maduros y correlones masters del balompié amateur peruano.

Confieso que en un principio no sentía las ganas de ver los partidos de aquellos barrigones y a veces no tan varoniles señores. Incluso no entendía las situaciones jocosas en las que, con cerveza en mano, se metían y enredaban cual cómicos ambulantes. Recuerdo que cuando, con la labor de hijo mayor, acompañaba a mi padre a los partidos, pasaba más tiempo jugando con mis compañeros de promoción y ensuciando mis zapatillas ‘Fila’, con una pelota vieja y un tanto magullada, que alentando a los aguerridos integrantes del equipo.

Todas estas cosas cambiaron con el tiempo. Cuando fuimos creciendo, algunos ya no íbamos a ver los partidos ni a jugar en las canchas aledañas con la frecuencia de antes. Pensábamos en otras cosas y ya la idea párvula de andar con nuestros padres resultaba poco decente para el bien social escolar. A veces íbamos, a veces no.

Lo bueno del campeonato confraternidad, es que a pesar que la promoción ha terminado su ciclo escolar, el equipo puede seguir jugando. Esto, claro, si no ha quedado en último lugar, ya que de ser así el nombre desaparece y los jugadores quedan libres para ir hacia otros equipos. Es por esto que, con las ganas de siempre, algunos como yo, nos interesamos por las vivencias y esfuerzos del grupo humano que busca siempre con anhelo batir el arco contrario y, sobre todo, pasarla bien entre chelas y sanguches de chorizo.

No tengo duda alguna que el aliento y el seguimiento incondicional ha aumentado después de nuestra salida del colegio. Al menos yo lo siento así. Quizás es por que nos gusta compartir tiempo con nuestros padres, meternos en la joda, inmiscuirnos en los dimes y diretes, ser partícipes de las bromas de grueso calibre, tomar unas cervezas en son de la confraternidad, dar ligeros gritos en contra del arbitro o porque simplemente somos ‘Centenario’ por los siglos de los siglos, amén.

Aún tengo en mi memoria uno de los momentos más emotivos siguiendo a ‘los tíos’. El año pasado, a pesar de los denodados esfuerzos de los jugadores, los resultados no favorecían a la escuadra mencionada. Estábamos casi en los últimos lugares, al filo de irnos a la baja, al borde de la desaparición de centenario. Quedaban solo dos fechas de las cuales únicamente teníamos una por jugar, ya que la última descansábamos. Una semana antes, mi padre me comenta, con cierto aire a petición, que le diga a mis compañeros de promoción lo importante y descollante que es tener una hinchada en esos momentos. Propagué la noticia con algunos amigos, otros también hicieron lo mismo. El día del encuentro, éramos varios compañeros de promoción, algunos padres que ya no juegan y madres de familia en son de porristas. No recuerdo cual fue el resultado, fue un partido por demás candente e infartante. Los puntos sumados alcanzaban para salvarse de la baja. La barra se metió al campo corriendo y dando alharacas de todo tipo. En un momento los hijos y ‘los tíos’ nos abrazamos en el centro del campo formando una rueda, saltábamos sin cansancio alguno y cantábamos: “No se van… no se van… los tíos no se van”. Me di cuenta que algunos estaban al borde de las lágrimas y otros ya habían roto en llanto.

Tantos recuerdos con los cómicos jugadores. Creo que el grupo humano formado entre padres e hijos es inigualable. No existe equipo similar en este campeonato. Este año, los padres futboleros, andan con algunos refuerzos que se han acoplado como guante al equipo de siempre. Siguen las jodas, siguen las bromas, sigue ‘Centenario’.

Lo único que busco ahora es saludar a los pintorescos señores por el día del padre. Saludar al mío por la responsabilidad y entrega que pone cuando se va a jugar un partido. Que mejor oportunidad que este día para felicitar la formación de esta jauría de maduros deportistas y amigos. Es bueno recordar que la unión entre padres e hijos puede ser muy bacán e interesante, tomarse unas cervezas y andar con bromas de todo tipo, también puede ser un momento genial, que aún de adultos y padres de familia siguen con las mismas tonterías de camerino como si fueran quinceañeros colegiales.

A muchos lectores del blog les interesará poco este tema. Pero espero comprendan que es por un día especial y por una cuestión de fútbol. Es una forma genial de tener presente a nuestros padres, bromear con ellos, compartir con ellos, jugar y alentarlos. Claro, como en todo grupo humano, en ciertas ocasiones las grescas estuvieron presentes, pero sin llegar lejos. Las soluciones se dan en los entrenamientos o en los camerinos con el juego del jabón. La amistad se muestra en salidas de dudosa decencia, conversaciones de toda índole y sobre todo en los momentos más difíciles.

Sinceramente pienso que los fines de semana no serían los mismos sin los partidos de nuestros padres. Los fines de semana no serían los mismos sin tener los nervios causados por lo apretujado de los resultados. Los fines de semana no serían los mismos sin ‘Centenario’. Feliz día del padre para el mejor grupo de personas y personajes del campeonato de fútbol de padres de familia. Espero este post nos valga, a los que alentamos, unas cervezas heladas, unos anticuchos muy bien cocidos y una victoria que de tranquilidad.

[En la foto se ven retratados casi todos los miembros del equipo. Faltan algunos que, intuyo, no pudieron asistir ese día. Faltan algunos que ya no juegan en el equipo por distintos motivos. Faltan los actuales refuerzos y la barra de siempre.]
[Ya sabemos de donde sacó Corito sus poses. De tal palo tal astilla, dicen por ahí.]
[¿Cuánto será la suma de las edades de aquellos jurásicos jugadorasos?]

lunes, 9 de junio de 2008

Cosas de hombres.



Si alguna fémina incauta, o algún inocente y confundido jovenzuelo, piensan que los párrafos siguientes son una descripción anatómica de ciertas ‘cosas’ pudendas e íntimas de los hombres, pues se equivocan y mucho.

Al decir ‘Cosas de hombres’, únicamente me refiero a la viril idea de exponer toda clase de teorías sobre el comportamiento de, nosotros, los varones. Ojo: A todas las damas, que por pasatiempo, gusto, equivocación o morbo leen este blog, les hago la aclaración que este no es un post machista y el que escribe tampoco. Es, como dije anteriormente, una hipótesis sumamente coloquial, cómica y lúdica, sobre los artilugios y triquiñuelas de las que se valen algunas de ustedes para decirnos, con el agudo verbo de algunas y el desparpajo de otras, una frase trillada y por demás repetitiva: “Es que eres hombre”.

No he leído esos libros que tratan el tema de la diferencia de sexos en extendidos capítulos, tampoco soy una suerte de psicólogo analista de la antropología de cada uno de los sexos y aún sigo con incógnitas, casi existenciales, en lo que se refiere a mis características escondidas de macho que se respeta.

Desde hace unos años llegué a una conclusión: Jamás he sido el macho fecundo de película de acción, no soy el cangri del momento, no soy el Rambo de la guerra y mucho menos el viril constructor civil que carga ocho ladrillos en cada brazo, tres sacos de arena en la nuca y aún así le lanza silbidos a las muchachitas licenciosas que por ahí pululen. A pesar de todo esto, tenemos un sinfín de cosas en común. Cosas que son únicamente puestas en práctica por los hombres. Cosas que, si bien son tomadas a mal en ciertas ocasiones, son parte honesta y profundas verdades en un porcentaje mayoritario del sexo masculino.

Cuándo entenderán, decapitadoras damitas, que los hombres cuando decimos algo, hay que entenderlo en el sentido literal. Si la respuesta es un rotundo y nada cálido ‘no’, pues eso significa: la negación del acto o del hecho que nos han propuesto o de la pregunta que nos han formulado ¿Es acaso tan complicado? Acepto, cual confesión religiosa, que existen señoritos confundidos y que divagan en el andar de las respuestas coherentes. Estos compañeros pues, no dudo, son la minoría.

Por naturaleza, los hombres no somos delicados. Hay excepciones claro: los estilistas, algunos modelos, uno que otro bailarín cumbiambero y hasta bloggers. La ausencia de delicadeza en un hombre no implica falta de educación. Es una suerte de sello natural, una vil manía siempre involuntaria. Soy testigo de algunos comportamientos varoniles que bien se asemejan a lo chúcaro de un caballo loco. No respaldo ni respeto aquellos comportamientos. Me parece, con sana convicción, que ese actuar es una muestra clara de desorden mental y un problema de identidad animalesca. No avalo la violencia por parte de los “jefes” de familia y mucho menos la hombría mal llevada. Pero, por favor, no nos pidan opinar sobre la ropa que llevan puesta, salvo sea una minifalda, lencería pecaminosa o simplemente el traje de piel de la desnudez. No somos asesores de moda y no sabemos que les hace ver delgadas y que rayos les hace resaltar sus partes mofletudas. Los hombres, en nuestra falta de delicadeza, no sabemos combinar los aretes y tampoco el maquillaje, no tenemos idea que está a la moda y que es estar ‘in’ y que michi es estar ‘out’. Usamos camisas y el mismo terno para matrimonios, quinceañeros, bautizos y divorcios.

Yo no tengo idea, inquisidoras jovenzuelas, qué es lo que quieren de un hombre. Si uno es cariñoso en esencia, la reacción puede ser que se empalaguen de tanto azúcar. Si nosotros, los viriles hombres, somos fríos y nada cariñosos, pues la reacción inmediatamente es la de soltar la frase puñalera que dicta así: “deberías ser cariñoso, parece que no me quisieras”. Si tenemos mitad de dulzones y mitad de fríos, pues el verso feminista y puesto como reclamo cambia: “deberías ser en ocasiones no tan meloso” y en otras: “creo que podrías ser más amoroso”. Aun no entiendo esta ambigüedad señoritas. Aun no la entiendo.

Entiendan, risueñas y encantadoras damiselas, que al tener ojos, y estos son hechos para ver, pues lo que mejor sabemos hacer es observar cándidamente ciertas curvas de ustedes musas artísticas. No siempre las vemos como indignos objetos sexuales, ni como muñecas sin sentimiento alguno. Sí nos interesa su intelecto, sus pensamientos y sus ideas. Pero el ver lo torneado de unas piernas o lo trabajado de un trasero voluptuoso, no está mal. Al contrario, es una oda al esfuerzo de quienes, con orgullo, decencia y sin llegar a la bataclaneria, muestran sus atributos así sean naturales o no.

Los tragos que los hombres tomamos no pueden tener una sombrilla, globitos, sorbetes rosas, frutitas exóticas y menos nombres pintorescos en otro idioma. Solo nos interesan los tragos comunes y que puedan causar escozor en la garganta y malograr el estomago.

No voy a decir que andamos desgreñados y vestidos como unos primates. Ahora, nosotros también podemos arreglarnos de alguna manera. Unos trajes bien puestos siempre pueden ser aptos para los poco agraciados. Por favor, coquetas princesas, no piensen mal si nos estamos arreglando o hemos cambiado de forma de vestir. Igual nuestra vestimenta es simple. Se les implora, desde esta ventana discreta, que no osen inculcarnos su moda o sus angurrientos gustos.

Basta de hipocresías y digamos la verdad: los hombres también somos chismosos. No chismeamos tomando el té o compartiendo noches épicas en clubes de sementales strippers, pero el chismorreo anda presente siempre. No tengo idea si se han percatado que, a leguas, no nos interesa la vida amorosa de sus amigas ni tampoco los problemas sentimentales de las mismas. Esta clase de chismes nos tiene sin cuidado. Nos importa, únicamente, si estas han roto con sus novios y están en proceso de busca de algún desahogo amatorio.

El fútbol, señoritas, es más importante que el matrimonio de Gisela y el embarazo de Tula. No hay novela que sea relevante a comparación de un partido de fútbol, así sea del Municipal o del equipo de padres de familia del colegio. No osen proliferar injurias en contra del deporte rey. El mejor equipo no es en el que están los más guapos y agraciados. Por si aún no se han dado cuenta, David Beckham no es el mejor jugador del mundo, lo suyo es patear tiros libres y modelar en pasarelas. Las caractrísticas de juego de Cristiano Ronaldo, no tienen nada que ver con lo trabajado sus abdominales y tampoco con sus piernas torneadas.

Se que generalizo. Conozco algunos amigos que no cumplen con ningunas de las cosas que he mencionado en estos párrafos. Muchos incluso hacen todo lo contrario y esto no los delata como poco varoniles. Como dije desde un principio, esto es simplemente una cuestión casi cómica sobre el comportamiento de nosotros los hombres.

Debo intuir que muchas amigas, conocidas, mi enamorada, lectoras desconocidas y quizás hombrecitos confundidos, deben estar maldiciendo mi nombre o quizás riéndose de lo poco creativo de este seudo macho. Espero, radicales chiquillas, no se ofendan ni se despeinen. No tengan en sus manos un dardo venenoso e intenten lanzármelo en la calle o en alguna reunión. Les pido se rían, y haga una introspección totalmente lúdica.

Para finalizar, debo pedirles desesperadamente algo: no nos digan más esa frase tan trillada y poco creativa “es que eres hombre”. Pues claro que somos hombres y se dieron cuenta de esto desde un principio. Nosotros también nos hemos dado cuenta que somos varones. Así que, sin más ni menos, se les implora dejen esa excusa facilista y poco explicativa. Se les quiere desde este lugar cibernético, se les respeta y se les admira. Solo dejen de preocuparse y enervarse por las cosas de los hombres, que con las de ustedes mismas ya tienen suficiente.




[MACHO QUE SE RESPETA]


[UN PENSAMIENTO DE AQUEL GRACIOSO GALÁN MODERNO]

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